CINE
“La historia nace de una experiencia personal mía. En una oportunidad me escapé del calabozo con un chico amigo, el Gallego. Qué lindo contar cómo me escapé, pensé. Fue bárbaro cómo me escapé. Se acercaba la Navidad y nosotros estábamos en cana. Como éramos menores nos ponían con las mujeres, pero de noche si había calabozos vacíos nos mandaban allí para que no durmiéramos con las mujeres. El Gallego pidió permiso para ir al baño y yo me di cuenta de que el policía, al abrir la puerta, se quedaba del lado de atrás de la puerta. No miraba para adentro del calabozo, sino que lo miraba a él, que iba al baño, que estaba enfrente. El calabozo de al lado estaba vacío. Me avivé, le dije que en una hora volviera a pedir permiso y que yo me iba a meter en el calabozo de al lado. Así lo hice, y me quedé dormido en ese calabozo. El otro entró a patear la pared, pero yo me desperté recién al amanecer. Abrimos la puerta, nos fuimos al fondo de la comisaría, nos trepamos, subimos al techo y nos escapamos. Recordando esto, pensé en escribir nada más que la fuga de un chico. Sus sensaciones, las frases como ‘señor, permiso para ir al baño’, y la esperanza de que no te conteste porque entonces quiere decir que no está y que es el momento de rajar. Lo escribo como un mediometraje y lo titulo Veinticuatro horas para comenzar. El chico se escapaba, finalmente lo agarraban y lo traían de vuelta a la comisaría. Eso era todo. Cuando termino el libro y mientras buscaba el dinero para hacerlo, estrenan en Buenos Aires Un condenado a muerte se escapa, la película de Bresson. Cuando la vi, se me vino el alma a los pies, porque era la historia de un tipo que se escapaba de un calabozo. Todos van a pensar que lo mío está copiado de Bresson, pensaba. Pero charlando con mi hermano se nos ocurrió que se le podía dar otra vuelta a la historia y ahí empiezo a escribir Crónica de un niño solo, basada en nuestras experiencias del Hogar El Alba. En esa película, más que la cárcel de menores, está el retrato del Hogar El Alba, donde eran flor de verdugos.”
Leonardo Favio en el libro Pasen y vean, la vida de Favio, de Adriana Schettini (Sudamericana, 1995).
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