Jueves, 24 de junio de 2010 | Hoy
TEATRO › EDUARDO MISCH, EL CREADOR DEL TRIBUTO
El responsable de la puesta en escena y conductor de la inauguración del encuentro en el C. C. de la Cooperación explica por qué evitó a conciencia el acto rígido, decidiéndose por una forma de homenaje que estuviera en línea con la esencia de Pavlovsky.
Por Hilda Cabrera
No es un burócrata, de modo que la opción elegida por el actor y director Eduardo Misch para celebrar la producción artística de Eduardo Tato Pavlovsky en la jornada inaugural debía tener afinidad con el homenajeado. Se decidió por una puesta en escena que –anticipa– sorprenderá al público y a Tato, a quien mantuvo alejado de los preparativos del festival que se iniciará hoy a las 19 en el Centro Cultural de la Cooperación, y continuará en el mismo lugar mañana con una función de Potestad. El sábado y domingo siguientes habrá funciones de otras obras y con otros elencos, en el Teatro Calibán. Además, se colocará una pantalla gigante para que la inauguración pueda visualizarse desde el hall del complejo cultural ubicado en Av. Corrientes 1543. Autor del guión de la apertura y a cargo de las luces, Misch promete “un evento dinámico, con invitados especiales y sin mesa redonda”, aun cuando se presentan libros: “No quería una mesa de debate, me aburre con sólo nombrarla”, apunta. En la primera jornada se conocerá el título y contenido de las obras de Pavlovsky recuperadas: “Encontramos tres obras en Argentores –cuenta–. Camellos sin anteojos, de 1963; Hombres, imágenes y muñecos, de 1964; y Circus-loquio, de 1969, en colaboración con Elena Antonietto; y una reedición de la novela Dirección contraria. Ni Tato sabía que estaban allí. Hubo que pasarlas en limpio porque las letras tipeadas se veían borrosas. Hicimos ese trabajo con Jorge Dubatti, investigador, y con él y Juano Villafañe armamos otro tomo de las obras de Tato, que es la tesis con la cual Dubatti se doctora en la UBA”.
–¿Qué define las obras halladas?
–Tal vez un trasfondo político directo, aunque eso está en obras posteriores como El señor Galíndez (1973), Telarañas (1976) y El señor Laforge (1983). En el evento se van a actuar fragmentos de Camellos sin anteojos. Allí, una persona interpela al presentador, o sea, a mí. Para organizar este homenaje busqué a la gente que quiere a Tato. Se formó una comisión con personalidades de las artes y las letras; Villafañe cedió el Centro de la Cooperación; Norman Briski –maestro total–, su teatro Calibán, donde se ofrecerán cuatro obras. Un grupo de Bahía Blanca trae Las personalidades de Samuel Yunque, adaptación de La espera trágica. Ese elenco, dirigido por Sebastián Berenguer, ya la venía haciendo en su ciudad. La actriz y directora Elvira Onetto participa con una puesta suya de El señor Galíndez, que estrenó en El Camarín de las Musas y presentó en el Espacio Cultural Nuestro Hijos (ECuNHi). El estudio de Briski participa con Cámara lenta; mi grupo El Soporte, con Dirección contraria, que seguimos dando en Calibán; y Tato y Susy Evans agregaron funciones de Potestad, en la Cooperación, con música de Martín Pavlovsky, dirección de Briski y mi asistencia.
–¿Cómo fue la reacción de Pavlovsky ante la celebración?
–Lo mantuve alejado de la interna del homenaje. Reaccionó bien. Con Dubatti y Juano Villafañe (poeta y director artístico del C. C. de la Cooperación) pensamos que debía hacerse. Hace diez años que trabajo con Tato, como secretario personal. Dejé la parte administrativa para dedicarme a lo teatral, a la asistencia de dirección, el diseño de luces... Uno de los roles que más me interesaron al terminar mis estudios en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático (ahora dentro del IUNA) fue la asistencia. Aprendí mucho con Daniel Veronese, cuando dirigió La muerte de Marguerite Duras, y de Tato. De esos trabajos me queda la experiencia del proceso intuitivo que se da en toda creación. Un proceso que tiene sus momentos de caos y desesperación, porque uno no sabe qué está armando y cómo va a terminar. En esa etapa es bueno “hacer la plancha”, dejar que las imágenes fluyan para después traducirlas en acción y sin miedo a la mirada del otro, del espectador.
–¿Se pregunta qué quiere ver ese otro?
–Cada vez menos, porque condiciona. Se aprende en el reconocimiento de uno mismo en contacto con los otros y no trabajando como quisieran esos otros. Y es así en este homenaje. Uno asume riesgos. Lo que creía que sería un encuentro con amigos se fue ramificando. Cada experiencia me va dejando la posibilidad de seguir produciendo. Pienso que no hay que dejar de hacer.
–¿Hubo obras de Pavlovsky que lo impactaron?
–Potestad, especialmente. La vi muchas veces. Recuerdo que al salir de una función, escribí Pornoco, una obra que presenté en un ciclo. “Pornoco” es un grano, esos de pus que molestan tanto. Así lo llaman los adolescentes que hacen bromas sobre su aparición. Salí con unas ganas imperiosas de escribir. Lo que hice no tiene relación con un raptor de niños sino con el cambio que se produce en una persona. Otra que me pegó fue Poroto, por el personaje y sus devenires tan particulares. Por eso también mi adaptación de la novela de Tato en Dirección contraria (Artesanía teatral). El personaje Poroto tiene la facultad de saber decir “no” cuantas veces quiere. Y eso no es malo, como tampoco es malo decirle a un amigo que uno se cansó de seguir charlando con él. Es una cuestión de “dosis”.
–¿Pavlovsky es un referente?
–Mucha gente lo considera un referente, pero lo comprobé cuando me puse a organizar el homenaje. Sus obras se reestrenan siempre, y algunos toman aspectos de él para reciclarlos en su persona y en su trabajo. Pavlovsky es un multiplicador de sentidos. A mí me dio impulso para registrar el proceso de creación de Variaciones Meyerhold, con el que había armado un proyecto multimedia que presentaremos en el homenaje. A través de este trabajo, el espectador tendrá acceso a crónicas, bocetos de vestuario, diseño de iluminación, fotos y música que ya subimos a Internet.
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