La escritura del uruguayo Roberto Echavarren –narrador, poeta, traductor– ha buscado articular una contraconducta. Usa esta palabra que tomó prestada de Michel Foucault para dar cuenta de su propuesta: la salida de la noción de género como separadora de hombres y mujeres. “Me he visto abocado a contrarrestar una visión religiosa, y también una visión machista de la izquierda. Cuando empecé a escribir poesía allá por los sesenta, y publiqué mi primer libro, El mar detrás del nombre, primaba una noción de ‘poesía comprometida’ que no era otra cosa que una propuesta facilista y demagógica.” La poesía y narrativa de Echavarren responde a la revolución cultural que se abrió en los sesenta. “Una micropolítica que tenía que ver con la vida sexual, con la experiencia de alucinógenos y con una escritura que dentro de nuestra tradición literaria responde y se anuda con los logros de la literatura barroca en lengua castellana. Julio Herrera y Reissig, García Lorca, José Lezama Lima y, en el terreno de las letras inglesas, los poetas Wallace Stevens y John Ashbery fueron mis referentes, por nombrar sólo algunos.”

“Mi novela Ave roc (Mansalva, 2007) está inspirada en la rebelión estadounidense de músicos, indios, mujeres, negros, su propuesta de cultura ejemplarizada por la vida de Jim Morrison”, recuerda el escritor. “En El diablo en el pelo (Cuenco de Plata, 2005) exploré el mundo de la prostitución masculina en Uruguay, un tema que nadie tocaba y que se inserta en las condiciones de la vida real por debajo de los prejuicios y la censura. Yo era una brasa (Hum, 2009) tiene por protagonista a una mujer negra, cantante y plurisexual, un poco en la línea del Orlando de Virginia Wolf. Nadie en Uruguay escribe sobre los negros. Sólo Copi –en El uruguayo– incluye a una mujer negra”, recuerda el escritor uruguayo.