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Lunes, 6 de marzo de 2006

CINE › SANTAOLALLA, DE LA VIDA EN COMUNIDAD AL PREMIO OSCAR

Más allá del gurú productor

El Oscar cierra un círculo bien amplio para Gustavo Santaolalla, que arranca muy lejos del Kodak Theatre y la 78ª edición del Oscar. Aunque, curiosamente, ese comienzo también fue angloparlante. En 1969, el músico trataba de abrirse camino en la escena porteña con una banda llamada The Crows, pero fue recién cuando el grupo cambió su nombre a Arco Iris que pudo entrar a grabar... y obtuvo su primer premio. Gracias al Blues de Dana, la banda ganó el Festival Beat de la Canción Internacional, en 1970 y en Mar del Plata. Hasta 1975, Santaolalla fue parte de ese grupo que vivía en comunidad, identificado con el hippismo (recuérdese Mañanas campestres) y que trabajaba un poco al costado del circuito de bandas de la época, editando álbumes conceptuales como Sudamérica o el regreso a la Aurora (1972) y Agitor Lucens V (1974).

Tras la breve experiencia de Soluna (junto a Alejandro Lerner), cuando llegaron las épocas más oscuras de la Argentina reciente Santaolalla se radicó en Los Angeles: desde allí se pudo apreciar un giro artístico notorio, cuando –luego de formar Wet Picnic– editó su primer disco solista, Santaolalla (1982), más cercano a la new wave, y que se convirtió en un hit en Argentina gracias a Ando rodando. A esa altura, Santaolalla ya había sido parte de un trabajo fundamental en la escena argentina, el De Ushuaia a La Quiaca de León Gieco, un desafío de producción que afiló sus conocimientos para lo que vendría. Desde entonces, el músico comenzó a enfocarse más en las tareas de producción. De hecho, su siguiente álbum solista llegaría recién en 1995 con GAS, que ganó un generoso espacio en las radios con Todo vale. Pero a partir de allí el flamante ganador del Oscar se convertiría en el gurú de la música latina: gracias a su trabajo con gente como Café Tacuba, Divididos, Molotov, Julieta Venegas, Bersuit Vergarabat, Maldita Vecindad, Arbol, Juanes y un largo etcétera, Santaolalla se convirtió en un referente ineludible a la hora de pensar en un rock latino, caracterizado por su olfato y su rigor artístico a la hora de tomar una banda y conseguir lo mejor de ella. Este premio, de todos modos, celebra el costado que había quedado más arrumbado: a pesar de haber cosechado elogios con la música original del film mexicano Amores perros, Santaolalla parecía confinado a ese lugar detrás de las perillas al que, según dijo al suplemento No el año pasado, “nunca consideré simplemente un trabajo”. El premio a la música compuesta para Secreto en la montaña, que elude el lugar común de la gran orquesta siempre presente en Hollywood, supone así un doble logro.

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