Martes, 12 de octubre de 2010 | Hoy
CINE › OPINIóN
Por Luis Gusmán *
La película Padres de la Plaza plantea desde el comienzo, una pregunta: ¿qué hacían los padres mientras las Madres desarrollaban su lucha? Esta formulación está restringida al espacio del que se ocupa la película, ya que el tema excede cualquier observación del orden del comentario. La primera cuestión que se plantea en la película es el pasaje en que su lucha pasa del pronombre singular, su, a nuestra lucha, pronunciada por uno de los padres: la lucha se pluraliza. La otra cuestión es territorial. Cuando las madres se adueñaron del lugar, madres derivó en Madres de Plaza de Mayo. En las marchas los hombres eran reprimidos por la policía; por lo tanto, se quedaban en los alrededores, vigilando, protegiendo, mirando, pero sobre todo discutiendo; como dicen en las entrevistas, de política y de fútbol. Entonces la pregunta latente, que es el motor del asunto y premisa del film va encontrando alguna especie de respuesta. Uno de los hallazgos de la película, es que no hay una respuesta, porque no podría haber una, sino varias y distintas. Y se hacen oír.
La estructura narrativa de Padres se podría articular en tres nudos fundamentales: los objetos, los sueños, el duelo. Estas tres cuestiones organizan y desorganizan los recuerdos en una memoria que está agujereada como la superficie de la Luna. Y no solamente por la estructura de la memoria o por los años, sino por el duelo no llevado a cabo. En algunos padres, los sueños se convierten en pesadilla, en otros en el deseo de soñar para poder encontrarse con sus hijos. Con los años los sueños han ido perdiendo su virulencia. Lo mismo sucede con los objetos, desde los más insignificantes, como un boleto de colectivo, hasta una foto. Pero hasta ahí, ellos mismos lo dicen, podría tratarse del drama de padres que han perdido a sus hijos. La singularidad del hecho no está dada ni siquiera por la muerte sino por la desaparición. Lo dicen: si no hay cuerpos no hay tumbas, no hay despedida posible. Si faltan los cuerpos, el duelo no puede realizarse. La posición de la mayoría de estos padres es que sus hijos están desaparecidos y están muertos. El nudo de la pregunta está al comienzo y al final de la película.
Los padres se declaran más impulsivos, menos organizados; se insinúa una estrategia aunque sea improvisada. El espectador puede observar cómo la política se muestra en las discusiones que los padres han tenido en la formación de cada uno de sus hijos. Ahí surgen acuerdos, desacuerdos, polémica. Pero el tiempo de esta discusión transcurre cuando los hijos estaban vivos. La instancia más difícil se da cuando en la película el testimonio de los padres pasa del drama personal o de tragedia helénica, como lo define uno de estos padres, a la política de ese drama: la lucha. La política comienza con la figura desaparecidos. Los padres acompañaron, respetaron, lo dice uno de ellos, el símbolo de lucha que representaban las Madres. Una respuesta psicologista encontraría como respuesta fácil, la vía de la idealización. Después de ver esta película, más allá de las posiciones que los padres tomaron, aquí condensadas de manera abrupta, para el espectador cabría la posibilidad de preguntarse: esta intervención de las Madres, ¿responde a lo que uno de los padres define como tragedia helénica? ¿Coincide con el lugar que ocupan las Madres en las cuestiones de la polis? La película inscribe la necesidad de la aparición de los cuerpos para saldar lo que es saldable de este duelo. Esto es unánime en la posición de los padres. En la actualidad de este país donde ya no reina el terrorismo de Estado, es posible pronunciar esta frase escrita por uno de los hijos, que ya no está y que dejó escrita en su placard y que lee uno de los padres: “Es preferible morir con dolor que vivir con vergüenza”. A este hijo esa vergüenza por la que luchó lo llevó a la muerte. A nosotros, los padres (con hijos desaparecidos o no, ni el plural, ni la contigüidad pretende equiparar una diferencia de hecho y de Derecho) nos queda como herencia, invertida generacionalmente, una pregunta que afectará el resto de nuestras vidas: “¿qué hacer con esa vergüenza?”. Esa es nuestra responsabilidad. Pero insisto, no hay que olvidar la diferencia radical que existe entre lo que es posible decir y hacer en un Estado de Derecho y lo que se puede decir incluso las decisiones que algunos de estos padres tomaron bajo el terror. ¿Cómo saber antes qué reacción se puede tener ante circunstancias excepcionales en las que impera el terror de Estado? En ese contexto, es muy difícil hablar de reacciones “personales” cuando la condición civil de las personas era la que había sido abolida.
Escritor. Autor de Epitafios. El derecho a la muerte escrita.
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