TELEVISION › OPINIóN
› Por Eduardo Fabregat
Es un asunto que apesta por todos lados, pero el punto que conviene analizar es quién sale peor parado. ¿Tiene algún sentido asombrarse de la carencia de buen gusto de Marcelo Tinelli, cuando ha hecho del mal gusto una filosofía televisiva? Realmente, ¿alguien puede asombrarse? El que avisa no es traidor, y el animador de Bolívar lleva años avisando que lo suyo es una búsqueda de popularidad en la que el buen gusto, la superación artística o la creatividad suelen quedar fuera de la fórmula. La fórmula es buscar efecto, el esfuerzo se pone en la producción antes que en el pensamiento o el sentido estético.
Nada que esperar por allí, entonces: Tinelli es lo que es y no va a cambiar porque algunos periodistas opinemos que lo suyo es la quintaesencia de la TV basura. Con ese destilado ha hecho fama y fortuna, y no hay razón para degollar a la gallinita de oro. Pero si Tinelli llegó al punto de mostrar una mujer que se desnuda y a la que le sorben los pechos en televisión abierta es porque pudo ir corriendo el límite cada vez más sin mayor conflicto. El ex relator de fútbol ya ha sabido denigrar a la mujer de mil maneras, manipular a los niños, fomentar la industria del chivo, convertir un estudio televisivo en un corral donde agitadores profesionales disfrazados de figuras televisivas alimentan el morbo, volcar expresiones racistas, glorificar el ojo por ojo, hacer del onanismo un arte catódico. Capeó cada escándalo y cada posible sanción sin mayor inconveniente, pagando débiles multas y negociando salidas elegantes para aberraciones que poco se condicen con sus flashazos de presunta conciencia social. El lunes corrió un poquito más la línea, siempre con ese gesto de a mí por qué me miran, yo no tengo nada que ver. Débil excusa es la del “horario de protección al menor”: está claro que si los padres dejan a sus niños frente al aparato después de las 22, los estarán exponiendo a imágenes poco recomendables. Pero lo que se discute ya no es eso, sino el contenido que se genera en una pantalla abierta, en el horario que sea.
Hay que decirlo de nuevo: no hay que sorprenderse, eso es Tinelli, acabado exponente de la generación Carlos Saúl I. Lo que hay, la estrella indiscutida. Quien sale peor parado no está dentro de la pantalla sino afuera, enfrente: el público es el que dibuja el pico de 37.5 puntos de rating del lunes, que seguramente anoche saltó un poco más. Es el que certifica, el que permite y el que alienta. No se trata de ponerse en el lugar de los iluminados y estigmatizar a los espectadores que gustan de ese compendio de afrentas al buen gusto. Sólo tomar conciencia de que, aunque duela y mal que nos pese, esta clase de denigración en forma de “entretenimiento” es lo que agrada al grueso del público. Que una mujer convertida en cacho de carne manoseable, chupable, pasible de exhibición y burla aviesa, sea el gancho para el top one del rating, no está hablando de Tinelli. Está hablando del modo en que se modeló y cristalizó el gusto del televidente medio argentino. Que, signo de los tiempos, quiere que la sigan chupando.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux