CHICOS
Cada vez que uno de los aparatos empieza a dar vueltas, los gritos de vértigo rebotan por el puerto. Sesenta pesos es lo que sale el pase libre a Superpark y se permite subir a los juegos cuanto se quiera. “Vienen el nieto, el papá, el abuelo y hasta el bisabuelo”, describe Natalia Guasconi, una de las administradoras. Hay servicio de enfermería, montaña rusa, máquinas enormes y cuidado por la higiene. Es sede de una cotidianidad extraña. Natalia es quinta generación de una estirpe de cirqueros y “divertidores” que cruzaron el continente con sus carpas y máquinas fantásticas. “Me eduqué andando . La ‘ley golondrina’ le exige a la escuela más cercana que reciba a los nenes que tengan papás trabajando en esto. Tuve decenas de maestras, y hasta hoy hay amigos que me reconocen pero que yo no puedo recordar.”
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