Mié 22.03.2006
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TELEVISION › “GLADIADORES DE POMPEYA”: EL REGRESO AL BARRIO

Un ring para el sueño de los héroes

› Por J. G.

El retorno al club y al barrio, en Gladiadores de Pompeya, se ejerce mediante caricaturas gruesas de veteranas sexies (Ana María Picchio), luchadores villanos (Marcelo De Bellis) y una heroína romántica (Andrea del Boca) inspirados todos en la lógica del catch: siempre vistosa y desmesurada. Hay golpes que lucen más de lo que duelen, imágenes para ser identificadas a lo lejos, escenas de pasión recíproca, de escándalo, que provocan un desmadre. Gladiadores... mama en esos combates aún para contar la escena amorosa que quedó dormida durante 17 años, que no se concretó pero igualmente estructura dos vidas: la de Pompeya (Del Boca) y Toto Komanechi (Gabriel Goity). Ellos se amaron siendo adolescentes, hasta que él se escapó después de perder el título de campeón. Casi dos décadas después todavía son “el uno para el otro”.

Temas y lugares parecen ya vistos muchas veces: un club de barrio lucha para sobrevivir, los lugareños no se relacionan más que entre ellos y nunca salen de su pequeño universo barrial; y sin embargo, ese espíritu costumbrista/sensible ya recreado en la TV (Gasoleros) y en el cine (Luna de Avellaneda) aquí se presenta de otro modo: es gracias al catch. Sin afán realista, Gladiadores... cuenta su historia así como peleaba Karadagian. El héroe volverá a buscar revancha (el Toro), 17 años después y como si nada hubiera cambiado: su estatura es mítica, su golpe sobrehumano con huellas claras del western clásico pero también de la sátira sobre superhéroes como Austin Powers. Goity sobresale en el paisaje de puro anacronismo, en ese pastiche kitsch plagado de emblemas de la popularidad de los ’70 y ’80 (Palito Ortega, Carlitos Balá, Mario Sapag, el catch, la propia Andrea del Boca) y corta la monotonía en la piel de ese rutero venido a menos, dispuesto a volver sólo por necesidad.

Si el entorno de Gladiadores... es la exacerbación del mondo televisivo (barrio/club/casa chorizo/triángulos), la irrupción de Goity aporta un linaje cinematográfico, inspirado en Los imperdonables de Clint Eastwood. El héroe postergado genera una poética de la frustración en el territorio menos pensado, allí donde se anunciaba la comedia que continuaría a Los Roldán. El Toro Komanechi impone el rictus fijo del derrotado, deambula como un expulsado del paraíso y anuncia una historia de ribetes épicos. Todo se despliega, una vez más, como en el ring: los héroes y los villanos se polarizan, las piñas se sueltan con facilidad y el desborde es, para todos, el estado natural. “Las cosas –anuncia el Toro, antes del retorno– se están poniendo un poco bravas.”

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