CULTURA › OPINION
› Por Daniel Divinsky *
1) Librería de Jorge Alvarez, década del ‘60, encuentros frecuentes con David, muy admirado por mí tras leer Los dueños de la tierra. Un día caminamos juntos desde Talcahuano hasta Callao y le explico que mi admiración me impide tutearlo como hacía con todos los que allí se reunían. En lugar de alentarme a hacerlo, comenta: “¿Vio que a veces pasa eso?”.
2) Reunión vespertina en mesa de Edelweiss junto a un ventanal a la calle que ya no existe. Grupo de amigos acompaña a los editores De la Flor buscando con cerveza el título del primer libro de la editorial, una antología sobre Buenos Aires. Pasa David frente a la ventana y a la consulta contesta sin dudar: “¡Pero, viejo, eso es Buenos Aires de la fundación a la angustia!”. Y así quedó.
3) Faltaba un texto fuerte para cerrar ese rejunte y se lo pedimos a David. Por módico pago escribió en dos días “Buenos Aires, primera Capital Socialista de Sudamérica”, un delirio político muy divertido, una de sus pocas incursiones en el humor.
4) Con la idea de incluir en el catálogo autores argentinos importantes, aunque fuere reeditando obras no recientes, contratamos Los años despiadados. Pidió corregir las pruebas. Cuando las devolvió hubo que componer todo el texto de nuevo: había introducido todas las malas palabras que no se usaban por escrito cuando se publicó la primera edición.
5) Aceptó con entusiasmo el año pasado la propuesta de que publicáramos Los dueños... como novela gráfica y vino a la editorial a firmar el contrato (con autorización de Losada). Lo festejamos con un almuerzo junto a Juan Carlos Kreimer, director de la colección y autor de la adaptación. Ya la edad había dulcificado sus aristas y le ofrecimos salir por la puerta que da a Bulnes, escalera menos empinada que la de la entrada principal. El zaguán está separado de la calle por un tramo de escalones que bajó muy cuidadosamente, bamboleando su corpachón: “Gran invento la escalera –dijo–, pero mucho más grande el pasamanos”. Hoy esa escalera tiene los pasamanos que no tenía. En confianza, los bautizamos con su nombre.
* Editor.
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