Lunes, 14 de marzo de 2011 | Hoy
LITERATURA
Estoy esperando la prueba de espermometría para saber si mi semen es aún capaz de engendrar. Cuando la tenga, pediré el certificado del depósito hecho a nombre de ella; dejaré instrucciones para que, de no ser utilizado por la destinataria en un plazo de tres años, sea incorporado al fondo común. Esta última decisión me permite imaginar una paternidad póstuma, incógnita. Algún día, mucho después de mi muerte, circularía por un futuro impensable (pero seguramente siniestro) alguien en quien acaso se pudiese reconocer alguna de mis facciones.
Ese certificado, fantaseaba, ¿tendrá forma de diploma?, ¿será un rectángulo de cartón o una simple hoja de papel? Los nombres, ¿estarán escritos a mano o en los blancos de un texto impreso? ¿Será en blanco y negro, o las siglas del Instituto de Fertilización Asistida estarán grabadas en colores?
Ese papel, lo voy a poner en un sobre y se lo voy a enviar para el día de su cumpleaños. “El lugar del padre” sigue sin conmoverme. Lo único que me importa es que algo mío pueda estar nueve meses dentro de ella.
* Fragmento de La tercera mañana (Tusquets).
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