Martes, 24 de mayo de 2011 | Hoy
TELEVISION
Por Eduardo Fabregat
¿Para qué sirven los Martín Fierro? Atención que no es chicana, es un interrogante sincero: ¿para qué sirven unos premios que, como bien señala Emanuel Respighi aquí al lado, definen 94 personas, muchas de las cuales apenas ejercen el periodismo, lo abandonaron hace tiempo por otros rubros anexos o se dedican al chismerío antes que a la apreciación de excelencias artísticas, y que orientan su voto de acuerdo con variables institucionales? ¿De qué sirve tanto minuto televisivo y radial, tanto centimetraje gráfico, sosteniendo una ficción menos creíble que los mohínes de Juana Viale en Malparida? ¿Acaso se necesitan ocho estatuillas para descubrir que Para vestir santos fue una de las mejores ficciones de 2010? ¿Tanto gauchito hace mejor canal a El Trece y peores a los demás?
En la Argentina, ese cipayismo expresado en la preocupación de ciertos sectores por cómo nos estarán viendo en Estados Unidos encuentra una variante artística en la necesidad de tener unos premios glamorosos, relevantes como el Oscar. Gracias Aptra, pero el Martín Fierro no es el Oscar. Y el Oscar tampoco es un premio “serio” –si es que existe tal cosa– y también está sujeto a lobbies y presiones que condicionan el resultado. Pero el nivel de sobreactuación que está exigiendo el gaucho supera los niveles de ediciones anteriores. El Trece debió esmerarse para volver a aplicar al Fierro aquello que sólo le aplicaba al Clarín Espectáculos, premio ideado y motorizado para acabar con la farsa de Aptra. Ante el alineamiento de buena parte del mundo cultural y del espectáculo con el proyecto de la Casa Rosada, los CE quedaron pedaleando en el aire. E incluso en la ceremonia del Fierro hubo un no se qué de tensión, un intento de mantenerse en el clima de “fiesta de la TV y la radio” y no hacer olas peligrosas.
Resulta muy significativo que el único que aludió a estos tiempos sociales y políticos haya sido Adrián Paenza, en un terreno además indiscutible como las decisiones del Gobierno en materia de investigación científica. Resulta aún más significativo que las varias figuras premiadas del área periodística del Grupo hayan eludido toda mención a las muchas pujas entre algunos medios y el Gobierno. Una frase podía desatar respuestas en el mismo auditorio y El Trece tendría en pantalla lo que quiso evitar al archivar el Clarín Espectáculos.
¿Sirven los Martín Fierro, entonces, para delatar el estado de las cosas entre las corporaciones mediáticas y el Gobierno? Tampoco, porque la lógica que impera en la transmisión y en el análisis posterior tiene que ver más con los costados frívolos de la velada o las internas televisivas (Marcelo abrazó a Susana, Susana le tiró la pelota a Gasalla, cómo la dejaron afuera a Mirtha, qué tomó ese muchacho Amigorena, y así) que con el trasfondo. El Martín Fierro no obliga a replanteos, los artistas se ríen de sus falencias, pero saben componerse cuando se enciende la luz roja y llega el momento de celebrar este premio fantástico que es un reconocimiento al esfuerzo de un maravilloso equipo de trabajo y lo quiero compartir con mis compañeros de terna que lo merecen tanto como yo.
El Martín Fierro sirve, también, para que El Trece se alegre por el rating de 25,8 (el más alto de los últimos cinco años) y Jorge Rial, eximio jugador de estas cuestiones, denuncie un acto de censura por parte de América y no ingrese al piso de Intrusos, e intercambie pintorescos tweets con Daniel Vila que sirven para instalarlo como trending topic en la red social. Las malas lenguas dirán que en realidad Rial ya tiene conversaciones avanzadas con Telefe, otras lenguas contestarán que el conductor reacciona así frente a un ataque a la libertad de expresión, Rial retrucará, Vila dirá lo suyo, los programas de archivo levantarán todo y así seguirán los días y las palabras, dando vueltas a un tema que ya no es el Martín Fierro. Y está bien. Porque, después de todo, ¿para qué sirven los Martín Fierro?
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