LITERATURA › OPINIóN
› Por Selma Ancira *
“La poesía ya es una traducción, de la lengua materna a otra –sea ésta el francés o el alemán, da lo mismo–. Para el poeta no existe la lengua materna. Escribir versos significa traducir. Por eso no comprendo cuando se habla de poetas franceses o rusos u otros. El poeta puede escribir en francés, pero no puede ser un poeta francés. Eso es ridículo. [...] Pero cada lengua tiene algo propio, eso que constituye la lengua misma. Por eso en francés suenas distinto que en alemán...”, le escribió Marina Tsvietáieva a Rainer Maria Rilke durante el verano de 1926.
¿Cómo suena Marina Tsvietáieva en español? Diferente que en ruso, también distinta que en francés. ¿Cuál es la melodía de su prosa? ¿Cuál la instrumentación de sus versos? ¿Qué busco cuando intento reproducir el sonido de su escritura? Tsvietáieva solía decir que el oído era el único diapasón con el que afinaba sus versos. A lo largo de toda su prosa y también en su poesía, en sus cartas y en sus diarios, incluso en sus cuadernos de trabajo, la música del lenguaje es siempre una constante. Afinar el oído para encontrar el tono correcto de la escritura de Tsvietáieva en español es un reto maravilloso. Para traducirla es necesario jugar con el lenguaje, romper las palabras, reinventar los sonidos en un intento de recrear los ritmos y las cadencias de sus frases, de sus versos. Hacerla sonar en español con ese “algo propio” de nuestra lengua que constituye la lengua misma.
El poema, le gustaba decir a Marina Tsvietáieva, es antes que nada la afinación del alma. Mi tarea como traductora es, pues, afinar el alma para poder seguir a la poeta que amo lo más de cerca posible.
* Traductora.
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