Jueves, 11 de mayo de 2006 | Hoy
MUSICA
- Sergio Rotman (Mimí Maura, Cienfuegos): Cuando se trata de recordar a un artista de la talla del que recordamos en este día, uno se siente un poco anonadado ante lo imponente de la figura. Este es un caso en el que eso se potencia, porque Marley es un ser que, como pocos, ha logrado seguir creciendo después de su muerte. En todo el mundo se escuchan sus canciones. En las discotecas. En las publicidades. Y encima, es una figura que tiene una especie de resistencia al capitalismo, que hace que, a pesar de las reapropiaciones, su mensaje se siga sosteniendo intacto. Volver a mirar al jamaiquino es hacer foco en una persona que marca absolutamente lo que separa a un profeta de un mero cantante popular. Y esa diferencia tiene que ver con la forma en que Bob llevó a cabo su misión. Muchos artistas populares se dedican meramente al entretenimiento, mientras él intentó llevar un mensaje que no sólo estaba buenísimo sino que estaba presentado de una manera absolutamente novedosa. A veces miro mis discos –que son en un 50 por ciento reggae y en un 50 por ciento punk– y me digo: “Qué triste sería el mundo sin Marley”. Es una maravilla que existan esas canciones, que me siente a elegir el CD que más me gusta y no pueda porque son todos buenísimos. Es más que reggae: Marley participó en la independencia de Zimbabwe, logró que los punks de Londres se juntaran con los rastas. Fue un tipo de verdad muy serio. Por otra parte, a pesar de su masividad no se banalizó nunca. A principios de los ’70 saltó al éxito total y hasta el día de hoy se lo escucha en todos lados. Y si de cada cien personas que lo escuchan hay una –una sola– que presta atención a letras como la de Survival, los que quieren hacer del mundo un lugar mejor ya tendrán una batalla ganada.
- Fidel Nadal: Me acuerdo patente del día en que entré a la disquería donde me encontré por primera vez con la obra de Bob Marley. Yo era muy pendejo y una chica atendía el mostrador. Le pedí que pusiera a sonar el disco Rastaman Vibration. Lo único que sabía entonces de Bob era lo que había leído en alguna nota, nada más. No entendí mucho: “Esto me gusta –le dije a la piba– pero es... como muy lento”. Entonces la flaca puso Bush Doctor, de Peter Tosh. Me llevé ese, porque me pareció más movido. Pero Marley me quedó en la “retina cerebral” de tal manera que todavía hoy puedo recordar esa sensación que me resultó tan fuerte, tan nueva. Y a la larga volví a buscarlo. Con el correr del tiempo empecé a encontrar en ese tipo con dreadlocks algo profundo; un hombre que nunca escribió, cantó ni dijo nada que no sintiera en el corazón. Recorrés su obra y comprobás una y otra vez que no hay una sola palabra en vano. Cada letra que puso está diciendo cosas que, encima, van más allá de lo local y logran proyectarse en lo global. A través de los años he ido comprendiendo que esa capacidad para cantar lo que nos atañe a todos es una de las cosas que hicieron de Bob un tipo mundial. Ese ha sido, más o menos, el principio de mi camino con él. Creo que a varios les debe pasar algo parecido: primero les gusta la música y después empieza a calar algo en la forma de ser del tipo, incluso desde su apariencia. Muchos descubrimos ahí al movimiento Rasta, entonces aparece algo más: el motor de Marley es Haile Selassie, el profeta de Etiopía, sin quien Bob Marley no hubiera sido el hombre que salió a darle un nuevo mensaje al mundo, convirtiéndose en portador y difusor de una filosofía de vida. Y, de paso, en el rasta más famoso de la tierra.
- Juanchi Baleiron (Pericos): Yo no puedo pensar en Marley fuera de mi rol de fan. Es alguien que ubico en un lugar altísimo, junto a los Beatles, los Rolling Stones y los Beach Boys. Un tipo de esos que marcan un futuro con lo que hacen. Porque no es que Marley tocó reggae: más bien el reggae es Marley. Y ése es solamente un aspecto. Creo que junto con algunas canciones de amor, su propuesta sociopolítica es la columna vertebral del legado que nos dejó. Una herencia muy valiosa, si se tiene en cuenta que su posición frente a la vida y el arte es fruto de las reflexiones de un hombre que nació en un país muy pobre, viajó a Estados Unidos –donde se contactó con tipos como Martin Luther King o Malcolm X–, y terminó volviendo a su país con nuevos aires y sin perder nunca la humildad de sus orígenes. Todavía me acuerdo de aquel año 1979 en que lo escuché por primera vez. Estaba viviendo en el sur y en pocos meses me habían llegado el primer disco de los Pistols y la música de los Ramones. En eso me cae, como un baldazo, lo de Bob. Tenía trece o catorce años, y lo más cercano que había escuchado a esos ritmos tan extraños eran algunas cosas de The Police. Tuvo que pasar un tiempo para que digiriera el sonido. Nos juntábamos con un vecino a escuchar, y entre los dos fuimos reconociendo en esos contratiempos y melodías a un grande que entraría para siempre en el terreno de los clásicos.
Producción: Facundo García.
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