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Miércoles, 16 de mayo de 2012

LITERATURA › UNA CHARLA EN ABRIL

Ultima entrevista

Carlos Fuentes estuvo en abril pasado en Buenos Aires, adonde llegó para presentar en la Feria del Libro su libro de cuentos Carolina Grau (al que definió como “un homenaje a El conde de Montecristo”) y dar una charla magistral. Aquí se ofrecen algunos pasajes de la entrevista realizada en ese momento.

–En un momento de “Brillante”, el segundo cuento, se lee que la memoria puede ser una trampa que, creyéndose reminiscencia, en realidad es premonición. ¿Qué hace que la memoria sea tan compleja?

–Vivimos la memoria del deseo; pero a veces el deseo es una memoria que se repite. O la memoria es un deseo que se anticipa. Y en el centro estamos nosotros. Hace como cinco o diez minutos que estamos aquí, sentados. Estamos en un presente muy pasajero. Memoria y deseo son términos relativos; finalmente se entremezclan el uno con el otro.

–¿Pero la memoria pareciera ser la parte más frágil?

–Por eso mismo hay que llenarla cuando no se recuerda bien. A veces decimos: “Recuerdo tal cosa...”. Pero en realidad estamos diciendo: “Deseo tal cosa...”. Todo el tiempo me pasa esto. De pronto estoy escribiendo y digo que recuerdo que conocí a Fulana de Tal, hace veinte años. Y al encontrarla en una fiesta, me doy cuenta de que no la había visto antes. Al recordarla, la deseaba. Y la conocí. Pero se invirtió la memoria y el deseo, es decir que la memoria estaba encerrando simplemente al deseo.

(...)

–¿Qué hace que una obra sea contemporánea?

–El lector hace que una novela sea contemporánea. Si la novela encuentra un lector, ya es de su tiempo, el tiempo del lector. El último lector del Quijote y el próximo son quienes mantienen vivo ese libro. La condición sine qua non para que un libro viva es que sea leído. Hay escritores que no son leídos; Stendhal dejó de ser leído durante un siglo hasta que Henri Martineau lo redescubrió, en 1926 o 1927. Pero durante un siglo nadie supo que Stendhal es un gran escritor.

–Pero más allá del lector, ¿hay algo de la obra en sí que también la hace contemporánea?

–Sí, claro. Si la obra tiene imaginación va a comprometer la imaginación del lector. Por eso muchas obras planas, realistas, no tienen futuro, porque el lector no tiene nada que imaginar y todo está dicho. Es esencial que el lector imagine. El escritor tiene que dejar una puerta abierta a la imaginación del lector.

–¿Pero qué es la imaginación hoy, en un mundo donde las nuevas tecnologías parecen horadar o disputar el sentido de lo que se entiende por imaginación?

–Mire: la novela ha sobrevivido al periodismo, a la fotografía, al cine, a la televisión y a los medios modernos de comunicación. Una novela dice lo que no se puede decir de ninguna otra manera. No hay otra manera de contar la historia de don Quijote que escribiendo el Quijote. Hay algo ahí que no se ha podido sustituir. El día que se sustituya, se muere la novela. Pero por el momento ahí está: tenga un lector, quinientos o mil. No importa. Hay algo distintivo de la obra literaria que la hace indispensable.

(...)

-Su ensayo La gran novela latinoamericana ha generado polémicas. Suele pasar en este tipo de textos, como en las antologías, que se repara más en las omisiones que en lo que está estudiado y analizado. Sorprende la ausencia de dos argentinos muy importantes, como Puig y Marechal. ¿Cómo fundamenta estas ausencias?

–No es una historia de la novela, es un libro muy personal: son mis lecturas, los autores que me interesan. No es que no me interese Marechal, sino que no cabía en el esquema del libro, en lo que estaba tratando de decir. Una de las cuestiones centrales es lo “real maravilloso” como invención de los descubridores de América, que tenían que impresionar al público europeo diciendo que hay sirenas. Porque Colón dice que hay sirenas, que hay ballenas con dos aparatos sexuales, que hay tortugas del tamaño de una casa. Todas esas exageraciones son ya lo “real maravilloso”. De manera que la literatura naturalista resulta muy chata frente a las posibilidades de la imaginación latinoamericana. Y me he centrado en eso, con algunas exclusiones inevitables. No es un abecedario, no es una historia de la literatura latinoamericana; es una historia de mis preferencias literarias. Nada más.

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