Cuando Lucina regresa a Chile, tiene la mala fortuna de encontrarse con un periodista que se jacta de que publicará un reportaje especial sobre la “coincidencia alucinante” entre el 11 de septiembre de 1973 y el primer aniversario del 11 de septiembre de 2001. Lucina le retruca que no hay coincidencia ni repetición. ¿Por qué dice que “no es más que una extraña imagen doble”?

–No puede haber coincidencia ni menos repetición, porque el golpe de Estado de 1973 lo realizaron los militares con apoyo de la CIA contra un gobierno socialista que representaba democráticamente al pueblo de Chile; fue además –esto se entendería después– un golpe efectuado por el capitalismo norteamericano. El 11 en Nueva York fue lo contrario: fue un golpe contra el sistema capitalista, un golpe al corazón del capital, en pleno Wall Street. Por eso no lo pienso como repetición sino como inversión, y no es coincidencia sino algo planificado que no obedece a ninguna señal chilena. Lo curioso es que en Chile se leyó de esa manera, como si ese hecho nos igualara de algún modo con los Estados Unidos. Ese deseo de igualdad es muy poderoso en el Chile actual.

–Vinculado con el pasado de la dictadura, hay un capítulo muy significativo, “Agujeros”. El hermano de Lucina, que supuestamente ve muy bien, no registra en una primera instancia los viejos edificios frente a La Moneda, donde todavía están, en los pisos más altos, las marcas que dejaron los “funestos bazucazos”. Lucina, en cambio, tiene “el pasado amontonado en los ojos” y piensa en las esquirlas del golpe. ¿Cuáles son esas esquirlas aún clavadas en el cuerpo de la sociedad chilena?

–Esas esquirlas representan las prácticas neoliberales que nos incrustaron en la era militar; son las esquirlas de la desigualdad que sigue creciendo en Chile, son las esquirlas de las deudas que adquieren año tras año los estudiantes y muchos ciudadanos chilenos.