CINE › ALEJANDRO FADEL ESTRENA HOY SU óPERA PRIMA EN LA SALA LEOPOLDO LUGONES Y EL MALBA
El director mendocino asegura que, aunque podría pensarse que el título Los salvajes tiene que ver con la violencia que se respira en su film, en lo profundo está más vinculado con el aspecto formal que con lo que ocurre en la trama. “Va hacia cierto grado primitivo”, explica.
› Por Oscar Ranzani
Desde que se mudó de Mendoza a Buenos Aires en 1999, Alejandro Fadel no paró de escribir: es parte del equipo de guionistas de Pablo Trapero junto a Martín Máuregui y Santiago Mitre (director de El estudiante). Y con ellos y Juan Schnitman, codirigió El amor (Primera parte) en 2004. Luego de su paso por el Bafici 2012, estrena hoy Los salvajes, en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530) y en el Malba (Figueroa Alcorta 3415). Si hay algo que sobresale en su ópera prima en solitario es el paisaje. Tanto que, antes que plantearse una historia, lo primero que este mendocino de 31 años tenía en mente “era filmar un paisaje, en esa zona de sierras entre Córdoba y San Luis”, según comenta en la entrevista con Página/12. Y eligió ese sitio, en principio, por pura intuición: “Había algo en los ríos que me gustaba mucho para filmar ahí. Por otro lado, tiene que ver con que crecí en el interior de Mendoza, en una zona de montaña. Y aunque vivo en Buenos Aires desde hace muchos años, me siento más cómodo en ese tipo de lugares”, señala. Y agrega que la elección de filmar en Córdoba se debió también “a que fuera un ámbito familiar, pero no tan cercano emocionalmente como ir a filmar a mi lugar”. En ese pequeño desplazamiento, “la película se transformó en otra cosa”. “Yo estaba más virgen frente a lo que iba a filmar. A pesar de que había ido varias veces, no me resultaba tan conocido, me encontraba en una situación de descubrir paisajes nuevos todos los días”, confiesa Fadel.
–¿El título del film alude a ese estado de naturaleza en el que se insertan estos jóvenes o a su manera de vivir?
–El título se puede interpretar desde distintos lugares. En una primera capa, uno podría pensar que se trata de cierta violencia que se respira en la película, pero en lo profundo la idea de lo salvaje que tiene el largometraje está más vinculada con su aspecto formal que con lo que sucede dentro de la trama. Esa especie de camino que va haciendo la película hacia cierta depuración, hacia cierto grado primitivo, creo que propone una mirada sobre lo salvaje más ligada a la forma del film. La mirada está más cerca de una forma cinematográfica que se va despojando de su relato hasta volverse casi innecesaria cualquier trama.
–Teniendo en cuenta que transita por varios géneros, ¿dentro de cuál de ellos le resulta más cómodo o apropiado insertar a Los salvajes?
–Creo que no termina perteneciendo al género, pero parte del western. La idea de ese viaje que uno descubre que es de regreso hacia algún lugar tiene más que ver con el western. Sin embargo, la película parte del western, pero trabaja casi al revés: como si el western se encargara de construir una épica. Y Los salvajes empieza siendo épica y, de a poco, se va diluyendo. Narrativamente funciona al revés.
–Uno puede pensar que estos chicos se escapan del instituto de menores buscando la libertad, pero buscan algo más. En ese sentido, ¿Los salvajes habla más de las ganas de libertad o de otro tipo de deseos?
–El deseo de los personajes no es el mismo durante toda la película. Hay un desplazamiento: el film está narrado en tercera persona. Entonces, el punto de vista es más incómodo y uno no sabe todo el tiempo si siente empatía o distancia con los personajes. En esa búsqueda que tienen los personajes, se desarrolla el tema del largometraje. La pregunta que me hacía era cómo filmar lo sagrado, lo inmaterial, la divinidad. No tanto desde el lugar de un relato, como sería contar un cuento místico, sino desde la materialidad de cómo poder expresar esa emoción. Ese camino de la película de ir virando en su forma tenía que ver con eso, con ir hacia un lugar de lo desconocido.
–¿Qué función cumple lo religioso o lo místico en la historia? ¿Estos personajes buscan, de algún modo, redimirse?
–No sé si exactamente buscan redimirse, pero, en alguna medida, buscan algún tipo de sanación. Yo pensaba siempre a los personajes atravesados por una violencia histórica, que no era en un contexto actual. Me gustaba la idea de que esos personajes venían con una carga o con un peso sobre sus espaldas que los trascendía. Entonces, en algún punto, buscan liberarse de eso. Pero no todos lo hacen de la misma manera que lo que podríamos llamar una moral burguesa. De lo que sí estaba seguro era de que cada personaje debía tener un deseo, que la película iba a avanzar en cuanto los personajes tuvieran la fuerza para querer lograr algo. Desde ese punto de vista, Los salvajes es muy vital, más allá de que retrate un contexto de violencia donde parece que todo está desmoronándose un poco. Ese deseo de los personajes volvía a la película más vital.
–¿Y pasa de ser un film de fuga a narrar un viaje iniciático hacia lo primitivo?
–Sí, parte de eso hay. Pero no sólo desde los personajes, sino también desde la narración, como si la película se volviese más abstracta, un cine de puro registro, de pura emoción.
–Si bien los protagonistas ejercen la violencia y toman drogas, no están estigmatizados. ¿El hecho de insertarlos en un contexto natural ayudó a que no se vieran como unos simples marginales?
–La naturaleza generaba un contraste de algo que uno asocia a la violencia urbana: al poner a dialogar casi de manera poética, de choque, a chicos marginales frente a la naturaleza en apariencia bucólica iba a haber algo de lo que yo buscaba con la película, porque si bien tenía un guión con la historia que quería contar, sabía que parte de la película iba a ser esa experiencia. Esa experiencia incluía a nosotros como equipo de rodaje, a los actores y a todos puestos en esa situación.
–Si bien usted es un experimentado guionista y tenía un libro elaborado, ¿Los salvajes se terminó en la filmación?
–Sí, sentía que el guión era sólo el esqueleto, el lugar desde donde tenía que agarrarme. Era el cuento más pequeño, pero la película iba a ser real cuando se encontrase con la realidad. En ese sentido, debía estar atento a todo lo que sucediera en el rodaje para incorporarlo a la película. O al menos, saber que era parte de lo que estaba pasando. Fui con un guión de noventa páginas que, en el cálculo de un guionista, daría una hora y media o una hora y cuarenta, y en el primer montaje me encontré con cinco horas. Entonces, evidentemente, algo en la filmación había sucedido. A pesar de que habíamos contado el mismo guión, también nos dejamos absorber por lo que nos proponía la experiencia del rodaje.
–¿Y eso implicó improvisaciones?
–Las improvisaciones no estaban dadas tanto por las escenas que, en un principio, tratábamos de registrar lo que había en el guión, pero sí había improvisación en cómo encarábamos cada escena. Sabía que cuando tenía escenas con actores y textos largos necesitaba armar un plan de rodaje para tener muchas horas ahí. Entonces, me permitía partir de una escena conocida y llegar a otra que era nueva, con el riesgo de que no fuera exactamente igual, pero con la posibilidad de que la escena fuera más verdadera. Y también generar escenas nuevas de acuerdo con lo que nos iba proponiendo esa caminata, porque la mayor parte del tiempo filmábamos caminando. Y, a veces, en el camino encontrábamos cosas que nos hacían pensar que sucedían situaciones que se podían incorporar a la historia.
–¿Cómo fue trabajar con actores no profesionales en su mayoría?
–Hermoso. Toda la serie de ideas sueltas se terminaron de cerrar cuando empecé a conocer a los chicos que iban a actuar. Había algo en las experiencias de ellos como personas que le iban a dar a la película una verdad que yo intuía que estaba imposibilitado tener desde esa cosa fría que es el guión. La película necesitaba contraponer ese gran relato místico, claramente ficcional, con un aspecto de rodaje más artesanal, más documental. Los salvajes iba a encontrar su verdad y su belleza en ese cruce.
–¿El hecho de contar con actores no profesionales le daba más naturalidad?
–Sí. El trabajo de ellos fue realmente complejo. Estoy muy orgulloso del resultado, tanto de haberlos conocido y de haber trabajado con ellos como de lo que se ve en la pantalla. Para un actor es muy difícil lo que lograron los chicos en la película. Uno es consciente de la representación, sabe que están actuando, que están interpretando y, a la vez, sabe que están diciendo la verdad. Cualquier actor profesional aspira a llegar ahí. Y de algo de lo que me siento muy orgulloso y por lo que siento que la película vale la pena y va a ser interesante verla a lo largo de los años es por la presencia de ellos en pantalla. Hay un modo de hablar que tienen ellos que es muy de nuestra época. Quizás esas pequeñas cosas sean las que trasciendan al film.
–Si bien es una ficción, ¿cree que el registro de los personajes se acerca más al documental?
–No, el trabajo con los actores sobre los personajes fue claramente ficcional. Lo que sí había en cuanto a lo documental era un acercamiento de confianza, emocional. En un momento, sucedió que estábamos todos juntos jugando el mismo partido. Y ellos se dejaron dirigir y llevar por esta idea que tenía del largometraje. Lo que yo necesitaba previamente, incluso a filmar, era poner esa barrera ficcional. No me interesaba ser invasivo con sus experiencias. Me interesaba que trabajáramos desde la ficción y que todos comprendieran que estaba haciendo antes que nada una ficción.
–¿El film busca también mostrar la soledad que tienen estos personajes a nivel social?
–Sí, ése es uno de los temas de la película: cierta soledad, como cierta orfandad. Pareciera que los personajes están verdaderamente solos, sin ningún tipo de resguardo, ya sea familiar, social e incluso de contención de un Estado o de una patria. Están completamente solos. Y a lo largo del trayecto, la película se va volviendo solitaria, como si el relato fuese tomado o seguido por ese sentimiento de soledad que tienen los personajes.
–¿Una soledad que viene de sus propias vivencias?
–Nunca trabajé de manera psicológica. No exploré demasiado qué sucedía con los personajes hacia atrás o cuáles eran sus historias. Preferí hacerlo desde lo más concreto, de ponerlos a ellos solos y dejar muchos espacios en off, que el espectador no estuviera tan seguro desde dónde vienen, quiénes son o por qué experiencias atravesaron, sino que eso solamente apareciera en cuentagotas. Y trabajé más en el presente.
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