Una estructura distinta que provoca risas sin pausa
La ceremonia de la entrega de Los Premios Mastropiero reemplaza al esquema tradicional de Les Luthiers (un texto de Marcos Mundstock alternado con una canción, sucesivamente), y de paso le permite al grupo posar su mirada ácida sobre la pantalla televisiva. Para muestra, basta el premio a la mejor cámara sorpresa, otorgado al Oso Chis, quien es felicitado por la forma en que hizo caer al viejito en aquella cámara: “No está mal maltratar un poco a los ancianos, total ellos ya han vivido... ¿Quién no le ha dado un chirlo a sus padres?”, lo animan los presentadores cuando va a recibir su premio. También está esa fórmula que el grupo sabe manejar alrededor de los juegos del lenguaje, como cuando todo se confunde entre el merengue como ritmo y como postre o cuando el intérprete se ve obligado a cambiar de género a último momento la letra de una Bolera. Y están esos ritmos fabulosos, el madrigal caribeño, la bossa libinidosa o el ex rock. Pero Les Luthiers se dispara cuando alcanza el absurdo, y el gag, con el texto o la música como soporte, aparece como síntesis de un modo de hacer reír que ya es un sello.
Sobre el final llega el bis programado de siempre, está vez sí, con una cantanta de Mastropiero, en homenaje al ginecólogo Von Uter. Entonces vuelven a sonar instrumentos históricos como el tubófono silicónico cromático, la viola da lata o las tablas de lavar, además del alambique encantador, estrenado en este espectáculo (un enorme mecanismo de bidones, botellas de plástico y copas que suenan a partir de un principio hidráulico). Si se cambia el centro de atención por un instante, un disfrute aparte es escuchar las risas del público, que del principio al fin del show bajan como oleadas rítmicas, constantes. Eso es lo que logra Les Luthiers: no es poca cosa.