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Viernes, 4 de enero de 2013

CINE › CELINA MURGA VOLVIó A SU ESCUELA SECUNDARIA EN PARANá, ENTRE RíOS, PARA FILMAR SU PRIMER DOCUMENTAL

“Sentí este film como un espacio de libertad”

Mientras filma su tercer largometraje de ficción, nada menos que con Martin Scorsese como mentor, la realizadora estrenará mañana Escuela Normal, que se propuso como “una reflexión sobre el presente de la educación”.

 Por Diego Brodersen

En la calurosa Buenos Aires de fin de año, el audio se siente refrescante. Con el sonido ambiente de parajitos de fondo, desde Concepción del Uruguay, donde se encuentra en pleno rodaje de su cuarto largometraje, Celina Murga atiende el llamado de Página/12. Son días de actividad frenética para la realizadora de Una semana solos y Ana y los otros: además del estreno esta semana de su primer documental, Escuela Normal, la ciudad entrerriana se ha transformado en el marco natural de su próximo film, La tercera orilla, una vuelta a la ficción que nuevamente incluye en su reparto a un grupo de niños y adolescentes. El proyecto cuenta con un padrino de lujo, que hace las veces de productor ejecutivo. Es que hace ya varios años, el mismísimo Martin Scorsese seleccionó a Murga como su protegida en el proyecto de la Fundación Rolex Mentor and Protégé, y desde ese momento el cineasta neoyorquino no ha dejado de estar en contacto con la realizadora nacida en Paraná.

“Martin sigue absolutamente involucrado. Hace poco le envié un e-mail contándole que arrancábamos con la filmación, lo cual lo puso muy contento, entre otras cosas porque él sabe de postergaciones. El me había dicho que quería ver un armado de la película y le propuse mandarle algo para fines de abril o mayo”, comenta Celina Murga sin ocultar cierto orgullo. Scorsese parece ser un padrino auténtico, preocupado por el resultado artístico del proyecto. “No se trata solamente de contar con el peso de su nombre, aunque de hecho fue una gran llave para resolver situaciones financieras. Hay un lugar creativo que le interesa mucho; es genial poder conversar con él sobre la película, intercambiar opiniones sobre el montaje. Durante el proceso de escritura del guión siempre estuvo pendiente, pensando en cómo ayudar, pero sin imponer nunca sus opiniones, respetando lo que él considera mi forma de ver el cine.”

Escuela Normal enfrentó a Murga por primera vez con el universo del registro documental, lo cual le planteó nuevos desafíos, pero también nuevas libertades. Al mismo tiempo posibilitó que volviera a transitar las aulas de la Escuela Normal Superior José María Torres, de su ciudad natal de Paraná, como lo hiciera en sus años de estudios secundarios. “Desde hacía un tiempo que quería filmar en la escuela, con la intención de vivir ese espacio desde otro lugar. Obviamente, ya no para estudiar... Pero la idea tampoco era simplemente hacer una visita, porque en ese caso uno entra, sale y ya está. Quería volver a tener una vivencia del lugar. Tiempo después aparecieron los concursos del Incaa a raíz del Bicentenario, con la idea de que cada provincia generara un documental. En ese momento surgió la idea de proponer a la escuela como tema del documental, ya que se trata del primer establecimiento Normal fundado por Sarmiento en el país. Me pareció que había allí un eje histórico que transformaba a la escuela en un espacio interesante para reflexionar sobre la educación hoy.”

–¿Se siente más cómoda dentro del terreno de la ficción o en el documental?

–Sentí Escuela Normal como un espacio de mucha libertad; tal vez no la libertad creativa que uno imagina para la ficción, porque en el caso del documental uno está reaccionando ciento por ciento ante una realidad que ocurre inevitablemente, más allá de lo que uno genere. Es un esquema de producción más libre, más barato, con menos gente involucrada, lo cual implica una dinámica de trabajo con más margen para la improvisación. En la escuela había días en los que suponíamos que iba a ocurrir tal o cual cosa, pero después nos dábamos cuenta de que eso que esperábamos que pasara no ocurría y había que resolver qué filmar en el momento. Todo eso tuvo como resultado un espacio de mucha libertad, que no imaginé en un primer momento. Pero la ficción me sigue gustando mucho, esa idea del salto entre el guión y la puesta en escena. Al final de cada día de rodaje de La tercera orilla tengo la sensación de que una página del guión se hace humo: algo que eran simples ideas se transformó en algo concreto, con otro sentido, otro tono. Es muy fuerte esa sensación cuando estás filmando. Me pasa que algunas noches duermo mal porque me quedo pensando en esas cosas. La ficción tiene otro peso que, entre otras cosas, está relacionada con el dinero. Es raro: uno tiene acceso a ciertas cosas que cuando no tenés plata están fuera de tu alcance, pero a la vez hay una presión muy fuerte relacionada con esa inversión, en cómo se gasta.

–Una bendición y una maldición al mismo tiempo...

–Siendo directora y productora, más allá de que el que lleva adelante la producción es Juan (Villegas, a su vez realizador y pareja en la vida privada y profesional de Murga), me doy cuenta de todo lo que está pasando. Y eso te contamina. Uno de los consejos más concretos que me dio Scorsese es el siguiente: para ser un buen director de cine hay que saber mantener el foco, mantenerse concentrado, saber qué es lo importante en cada escena, con cada personaje y situación. No perderse en el delirio que es un rodaje, porque realmente, cuando lo ves de afuera, están pasando ochenta millones de cosas a la vez, situaciones que no tienen que ver con la escena o los personajes. La gran tarea del director, tanto en una superproducción como en un esquema más pequeño, es no dejar que todo eso que ocurre afuera lo condicione o lo distraiga de lo importante: lo que está contando. Quizá en el documental la cosa es más directa; un equipo de cuatro personas, una cámara frente a un personaje. Pero volviendo a tu pregunta inicial, si pudiera elegiría hacer las dos cosas, porque me parece que preparar una ficción lleva bastante tiempo y es genial no tener que esperar tanto para filmar. Y el documental te permite eso.

–La película permite conocer un año en la vida de la escuela. ¿Cómo fue el proceso de rodaje?

–A comienzos del año hicimos una especie de casting con chicos de cuarto y quinto año (en realidad, quinto y sexto, todavía no me acostumbro a la nueva modalidad); en otras palabras, chicos de los últimos años de la escuela. La idea era encontrar un grupo de protagonistas. Fueron una serie de entrevistas donde se hablaba con ellos acerca de la escuela y a partir de allí elegimos a un grupo y comenzamos a filmarlos dentro de las aulas. Debo confesar que soy fanática de las películas del documentalista americano Frederick Wiseman, en particular sus trabajos sobre las instituciones. Me parece increíble cómo registra los espacios desde un lugar de observación, pero a la vez planteando un punto de vista, una mirada. Me encanta esa frialdad en sus documentales, pero tengo la sensación de que no tiene mucho que ver conmigo. Wiseman siempre fue una referencia, en el sentido de intentar lograr un registro del funcionamiento institucional, pero al mismo tiempo quería que en Escuela Normal hubiera personajes, que el espectador pudiera encontrar personas a quien seguir. El rodaje fue de-sarrollándose a lo largo de varios viajes entre abril y diciembre; estadías de varios días de duración, a veces una semana. Y de a poco fue imponiéndose también la improvisación. Así surgió el personaje de Macacha, que es la jefa de preceptoras. Originalmente ella no era un personaje, pero empezó a tener una presencia tan importante que rápidamente se impuso como una llave para abrir el relato a lo institucional.

–La situación de las elecciones del centro de estudiantes tiene un peso esencial en el film. ¿Fue algo planeado de antemano?

–No, en lo más mínimo. No teníamos idea. De un día para el otro empezaron los preparativos para las elecciones. Hay que tener en cuenta que se trata de un lugar muy caótico, donde se trabaja mucho el día a día. Una de las dos listas políticas incluía chicos que ya estaban seleccionados para la película, pero la otra no. Empezamos a seguir a estas dos listas y muy rápidamente nos dimos cuenta de que había allí un eje narrativo y dramático muy fuerte, por lo que seguimos muy atentamente todo lo que tenía que ver con las elecciones. Por supuesto, seguimos filmando otras cosas, situaciones de aula, actos escolares, etcétera, pero creo que la película tomó una fuerza a partir del tema de las elecciones que no tenía originalmente. Luego, en el montaje, priorizamos esa historia en la estructura general del film.

–¿Fue difícil el rodaje? Es de suponer que la intención fue lograr que la cámara fuera invisible o, al menos, poco invasiva.

–Nunca les decíamos a los chicos qué día íbamos a filmar, sabían que llegábamos en tal semana, pero nunca el día exacto. Quería evitar situaciones de superproducción, sobre todo en las chicas. Nos quedábamos toda una mañana en un aula; ellos arrancan a las siete de la mañana y terminan a la una. La idea era captar lo más cercano a una clase normal. Les pedía que no hicieran payasadas porque no iban a quedar en la película. Sorprendentemente fue mucho más natural de lo que había imaginado en un primer momento. Tal vez durante la primera hora de rodaje existía alguna situación de incomodidad, pero después todo era más relajado. El hecho de estar seis, siete horas en el aula con los chicos... ellos mismos nos decían que nosotros ya éramos parte de la escuela. Además, creo que los chicos hoy están mucho más acostumbrados a las cámaras de lo que uno cree. Hay una cercanía con el lenguaje audiovisual generada por ellos mismos; están todo el tiempo grabándose con el celular. Hay una cosa exhibicionista en esta generación, de falta de pudor. No demostraron sentirse invadidos en lo más mínimo. Muy pocos chicos pidieron no participar, y no sé hasta qué punto no fue una decisión de sus padres.

–Existe una dimensión política y otra institucional en el film. ¿Qué cambios notó en la escuela en cuanto a la calidad educativa y la participación política respecto de sus años de estudio allí?

–Tengo muy mala memoria. En realidad tengo memoria selectiva. Pero no recuerdo haber tenido una participación política como la de ellos. En esa escuela algunos años había participación y en otros no. Cursé la secundaria entre 1985 y 1990 y recuerdo que era un lugar mucho más enmarcado por lo académico, donde casi todo pasaba por el aula y el eje central era la transmisión de un saber, donde la figura del maestro era central. Una situación bastante vertical. Esa es la mayor diferencia que percibo; ahora veo mucha más participación activa de los chicos, más voz, más opinión, una voz con peso e incluso con cierta autoridad. No recuerdo que existiera ese lugar, uno iba a la escuela a recibir conocimientos. Me parece que la escuela hoy es un lugar de vivencias, un espacio de convivencia social, una suerte de microsociedad. Antes era un lugar más cerrado sobre sí mismo, ahora hay miles de millones de problemas que tienen que ver con Facebook, con Internet, con los celulares, cosas que ocurren fuera de la escuela, pero que se viven adentro, donde los mismos docentes y preceptores se ven involucrados. Es como si el afuera se hubiera metido dentro de la escuela. Hay una cosa de estallido social, de límites inciertos. Es una generación completamente diferente. Y todo tiene que ver con todo, porque esa cosa más desinhibida se nota también en el discurso y desde el poder ejercer un lugar de ciudadanía. Es probable que los profesores estén más apabullados, atajando la cosa, porque de alguna manera han perdido ese lugar de autoridad que antes era incuestionable. Creo que en el fondo esto no es algo negativo, hay una situación de paridad que es positiva. Por supuesto, ello implica una responsabilidad mayor de las dos partes.

–¿Fue mucho el material que no formó parte del montaje final?

–Al final del rodaje teníamos en nuestras manos 140 horas de material. En mi tiempo libre podría hacer otra película. En el documental, uno siempre tiene la impresión de que se puede armar otra película con el material que quedó afuera.

–Más allá del estreno en salas, a partir de esta semana, ¿tiene pensado algún tipo de proyección relacionada con el ámbito educativo?

–Cuando empiecen las clases vamos a presentar la película en la Escuela, por supuesto, con todos los alumnos y docentes. Más allá de esa función especial, he estado en contacto con gente del Ministerio de Educación y quedó pendiente la idea de generar alguna clase de proyecciones internas, en el ámbito escolar. Eso le habilitaría a la película un marco que sería muy afín y me devolvería un montón como realizadora. Sería ideal poder circular y armar charlas alrededor de Escuela Normal. Pero más allá de esta película en particular, me parece que es hora de pensar en nuevos esquemas de distribución alejados del circuito tradicional. Cada vez es más necesario desarrollar y explotar nuevas alternativas para que las películas encuentren su público.

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“Hoy la escuela es un espacio de convivencia social, una suerte de microsociedad”, afirma Celina Murga.
Imagen: Gentileza Florencia Scarano
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    Por Diego Brodersen
 
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