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Jueves, 1 de agosto de 2013

CINE › MATíAS PIñEIRO HABLA DE VIOLA Y ROSALINDA, SUS DOS FILMS MáS RECIENTES

“No me interesa hacer un Shakespeare literal”

Después de haberlas paseado por los principales festivales internacionales, desde Toronto hasta Berlín, el director de Todos mienten finalmente estrena en Buenos Aires las dos primeras entregas de su celebrada serie shakespeareana.

 Por Horacio Bernades

Basta prender el grabador para comprender por qué sus películas son tan parlantes: Matías Piñeiro se habla todo. Pero no como sus personajes. Las criaturas de Piñeiro son fieles a una métrica precisa, un sistema de diálogos, monólogos y silencios que se percibe pensado y sopesado. Su creador lo hace, en cambio, de modo torrencial, siguiendo el puro orden de su deseo y permitiéndose toda clase de circunvoluciones. Eso no quiere decir que este porteño de 31 años, ex alumno y ex docente de la Universidad del Cine, hable al tuntún, que pierda el hilo o discurra sin orden ni control. Discurre, pero retoma el hilo. No rechaza ningún desvío, pero sabe de qué está hablando. No es, sin embargo, la clase de persona a quien le interese demostrarlo: Piñeiro se deja llevar por su entusiasmo y su entusiasmo incluye a los demás. Por eso, en su caso no parece haber mejor idea que la que tuvieron los programadores de la sala Lugones: un ciclo en el que sus películas estén acompañadas por aquellas que le gustan (ver recuadro).

Producto de una serie de becas, tanto como del propio deseo, desde hace un par de años Piñeiro vive la mayor parte del tiempo en Nueva York, viajando cada tanto a Buenos Aires para visitar a familia y amigos. Y para filmar. El viernes 9 de agosto comienza el rodaje de La princesa de Francia, tercer escalón de lo que el realizador llama, informalmente, “las shakespereadas”, un proyecto que se fue armando sobre la marcha. “Estaba leyendo las comedias de Shakespeare y me pareció que María Villar, una de las actrices con las que trabajo regularmente, se parecía mucho al personaje de Rosalinda, que aparece en Como les guste. Me dieron ganas de filmarla haciendo ese papel. Aproveché una invitación que me hizo el Festival de Jeonju, en Corea, que en ese momento (2010) llevaba adelante un proyecto llamado ‘Jeonju Digital Project’. Así surgió Rosalinda. Recién después empecé a pensar en la idea de ir filmando una serie de películas a partir de las comedias de Shakespeare, y en eso estoy.”

Siempre rodeado del elenco y equipo técnico que lo acompaña desde su primer largo, El hombre robado (2007), Piñeiro filma en vacaciones, sean de verano o invierno. No se trata de ningún legado rohmeriano –que filmó los Cuentos de las cuatro estaciones– sino de algo mucho más craso: Piñeiro se autoproduce, con ayuda de la Universidad del Cine, que le presta los equipos. Y los equipos (cámaras, trípodes, micrófonos) suelen estar libres cuando no los usan los estudiantes. O sea: en vacaciones. El montaje suena más complicado de ejecutar, teniendo en cuenta que el director y su montajista-amigo (Alejo Moguillansky, realizador de Castro) viven, por el momento, a miles de kilómetros de distancia.

Suena complicado pero es sencillo: “Cada uno tiene su armado y cuando rearma le manda al otro los códigos del nuevo montaje, en archivos que pesan menos que uno de Word. Así montamos Rosalinda y Viola, y así vamos a hacer con La princesa de Francia, que tengo que terminar de filmar a fin de mes, para devolverle los equipos a la FUC”.

–¿Cómo surgió esto de las shakespereadas?

–Empezó con Rosalinda, aunque cuando empecé a filmarla no me planteé el proyecto como tal. Después de Rosalinda me invitaron a participar de un ciclo de óperas primas teatrales, que se llevó a cabo en el Centro Rojas, y ahí fue que se me ocurrió hacer un pasticcio de varias comedias de Shakespeare: El mercader de Venecia, Noche de reyes, Sueño de una noche de verano, Trabajos de amor en vano y Como les guste. Una escena de cada acto de cada una, con la intención de que de eso surgiera una obra única. De hecho, la escena de Noche de reyes que ensayan las actrices al comienzo de Viola es la que hicieron esa vez en el Rojas. En la escena del auto, Agustina Muñoz le comenta a María Villar que están ensayando cinco escenas de comedias de Shakespeare.

–Rosalinda surge de Como les guste. Viola, de Noche de reyes. ¿En qué obra se basa La princesa de Francia?

–En Trabajos de amor en vano. La novedad es que esta vez voy a trabajar con un protagonista varón, que va a hacer el personaje de la reina de Francia. Esa clase de permutaciones eran cosa de todos los días en el teatro isabelino.

–¿Por qué un protagonista masculino?

–Porque una de las ideas básicas de la serie es que cada película sea distinta a la anterior. Que se construyan a partir de la anterior, variándola en el formato, la duración, la puesta, el enfoque, todo. La princesa de Francia va a ser un largo, calculo que de una hora y media más o menos, a diferencia de Rosalinda, que dura cuarenta y pico de minutos, y Viola, de un poco más de una hora. En La princesa de Francia, cinco actrices reconstruyen la figura del protagonista, que es un actor, armando una especie de rompecabezas. El hace el papel femenino y ellas, los masculinos.

–Esto confirma la relación indirecta o parafraseada que toda la serie parecería establecer, en relación con Shakespeare.

–Sí, ésa es la idea. A mí, por ahora, no me interesa adaptar Shakespeare al cine de manera literal. Me parece más rico establecer relaciones, trasposiciones, paráfrasis, de modo que surja algo nuevo. No sé, los Shakespeares de Kenneth Branagh tienen unos actores buenísimos, pero la puesta en escena es plana, convencional. Más convencional que la obra original. Eso no me resulta interesante. Además, las propias representaciones de la época isabelina no respetaban del todo los textos originales. Era una cosa muy popular, con los espectadores bebiendo, comiendo y dialogando con los personajes. Nada que ver con la idea académica que suele tenerse de Shakespeare.

–El de la traducción parece ser todo un tema en esta serie. Incluso en el sentido más literal de la palabra: usted retraduce a Shakespeare, de algún modo “baja” el lenguaje a algo que suena contemporáneo. De hecho, a Como gustéis la llama Como les guste.

–Me propuse respetar los diálogos, pero sin servilismos. Que no suenen antiguos, sino algo más intermedio, potenciando la oralidad. Pero que a la vez mantengan cierta composición, cierta artificialidad, porque una de las ideas de la serie es que la representación sea un tema en sí. Que esté claro que son actores representando personajes, para poder a partir de allí establecer relaciones entre el artificio y “lo real”.

–Ese es uno de los motores del cine de Jacques Rivette, de quien la sección “Carta Blanca” del foco de la Lugones incluye dos películas.

–Armamos esa sección en conjunto con los programadores de la Lugones. Tanto La banda de los cuatro como El amor por tierra giran alrededor de elencos de teatro, preparando sendas obras para poner en escena.

–Ambas están atravesadas por conspiraciones secretas, algo que también aparece en todas sus películas.

–La conspiración no sólo me parece un tema interesante en sí mismo. Creo que además funciona como palanca narrativa: hay un secreto, algo que corre por debajo, que algunos personajes conocen y otros no, algo que se arma y puede llegar a ocurrir.

–La “Carta Blanca” incluye también un Rohmer, un Welles y un Lubitsch. ¿Qué puede decir de esas elecciones?

–Más allá de que me encantan, todas tienen alguna relación con lo que hago. Welles es uno de los que con más libertad y fidelidad adaptaron a Shakespeare. Ser o no ser, de Lubitsch, está protagonizada por un grupo de actores especializados en Shakespeare. En Rohmer los personajes se cruzan de modo aleatorio, como sucede en mis películas.

–¿Tiene pensada alguna otra “shakespereada” después de La princesa de Francia?

–Sí, Isabella. Me está llevando algo más de tiempo desarrollarla. Ahí cruzo a Shakespeare con Sarmiento.

–¿Cómo?

–Imagino que después de Caseros, mientras espera ser convocado a algún cargo público, en su casa del Tigre Sarmiento se pone a traducir Medida por medida. El texto empieza a cobrar autonomía, a ejercer su propio efecto.

–¿Sería una película de época?

–Todavía no lo tengo claro, tengo que ver cómo lo resuelvo. No creo que tenga que ser algo muy naturalista o convencional, con un actor parecido a Sarmiento, muchos trajes de época y todo eso. Prefiero algo muy despojado, como algunas películas históricas de Jean-Marie Straub o de Manoel de Oliveira.

–¿Sarmiento tradujo algo?

–No es que haya alguna edición traducida por Sarmiento, pero consta que lo hacía. En Facundo hay epígrafes de Shakespeare y otros, traducidos por él. Se dice que tenía tal compulsión por escribir que a veces se ponía simplemente a dibujar garabatos, como un loco. Además, se dice que siendo joven fue decorador teatral y también actor de roles menores.

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“Mi próximo proyecto me está llevando algo más de tiempo desarrollarlo; ahí cruzo a Shakespeare con Sarmiento”, dice Piñeiro.
Imagen: Sandra Cartasso
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