Lun 26.08.2013
espectaculos

MUSICA

Una fiesta urbana en el sur porteño

› Por Diego Fischerman

Se dijo que el concierto de Zubin Mehta junto a la Filarmónica de Israel, en Puente Alsina, sería el cierre del Festival de Tango de Buenos Aires. Después no se dijo más. Y fue una suerte. Porque hubiera sido una tontería que la ciudad en la que vive –y toca– Leopoldo Federico desmereciera su propia música –y su propio festival– de esa manera. Y, además, el maestro indio y la orquesta israelí tenían poco para ofrecer en ese terreno: apenas el mismo arreglo un poco españolizado de “Por una cabeza”, que el sábado a la noche habían tocado como bis en el Colón y que en la hermosa mañana invernal del domingo ofrecieron a una multitud embelesada. Una prueba de amistad, como si una orquesta porteña de gira –en el caso de que las orquestas argentinas hicieran giras– tocara “Ochi Chornye” al llegar a Moscú pero de ninguna manera una declaración de idoneidad estilística.

La Filarmónica de Israel sí podría haber cerrado con propiedad un hipotético Festival del Vals, ya que tocó varios –de Johann Strauss, de Tchaikovsky y hasta de Ravel, en la versión salvajemente modernista del final de Daphnis y Chloé–, y lo hizo tan bien que varios del público se atrevieron a bailarlo, entre ellos el ministro de Cultura de la Ciudad, Hernán Lombardi. Lo cierto es que, más allá de la desafortunada jugada mediática que se intentó al disfrazar una cosa de lo que no era ni podría haber sido, la orquesta brindó un concierto fresco, lleno de música tan reconocible como disfrutable y con no pocos momentos musicales de gran vuelo. La Obertura de la ópera La Forza del destino, de Giusepe Verdi, una versión reducida de la Sinfonía Nº 40 de Wolfgang Amadeus Mozart –sin su movimiento lento y omitiendo las repeticiones de secciones– y la profusa selección de valses que fue desde la Obertura de la opereta El murciélago hasta un pasaje de El lago de los cisnes fueron el vehículo para una pequeña fiesta urbana, en el sur de Buenos Aires y junto a su proceloso y contaminado límite, en donde lo que terminó primando, como siempre, fue la capacidad de comunicación de los artistas y la disposición de los vecinos para, lisa y llanamente, pasarla muy bien.

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