OPINION
› Por Juan Bautista Duizeide *
El río salta a la cara de quien abre la novela Sudeste. Su primer párrafo –en el que se retuerce y se alarga la frase como el mismo arroyo Anguilas descripto, hasta desembocar en otra frase, el río abierto– me parece uno de los inicios de novela más memorables. Conti era capaz de infinitos matices relacionados con el agua, los vientos, los cielos y el paso de las estaciones, con sus colores, sus rumores, sus aromas. Pero no se limitó a ser un paisajista. Su río no es naturaleza, sino territorio. Con sus hombres desasidos y a la orilla de todo, con sus barcos, con sus naufragios. Su río es de historias, es poesía, es metáfora. Cifra la conjunción del desarraigo existencial con los avatares políticos. Así, la melancolía, la tristeza, se encuentran historizadas. Además, como sucede con la primera novela de Herman Melville –Typee, ambientada en las islas Marquesas– puede hacerse una lectura etnográfica de Sudeste. Algo relacionado no solamente con el conocimiento empírico que tenía su autor de la zona donde transcurre la novela, Los bajos del temor. Conti no es en absoluto un salvaje o un ingenuo, sino un escritor con muy asimiladas lecturas de Hemingway, de Pavese, de Sillitoe, con plena conciencia y manejo de sus herramientas. Su literatura –aborde la pampa gringa, las orillas de Buenos Aires o el delta– siempre dialoga a la vez con el mundo de la experiencia y con otros textos.
* Escritor, editor de la revista Puentes.
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