MUSICA › JACINTO PIEDRA EN EL RECUERDO
Luis Gurevich y el Mono Izarrualde vienen ligando con el Chango Farías Gómez desde los tiempos de otra agrupación bisagra para la música popular argentina: MPA. Hasta allá va el flautista con fines de completud: “En un principio, nos juntamos para ver qué hacíamos el Chango, Verónica Condomí y yo, pero un día el Chango vino con la idea de incluir a Peteco, que a su vez trajo a Jacinto. Tomamos mate, helados y así se formó”, evoca el flautista sobre la génesis de aquella banda seminal. “Yo entré como invitado al disco, mezclándolo en la consola, y el Chango me dijo ‘quedate’”, suma Gurevich y el Mono aplica otro ayuda memoria. “Luis, además de ser un hermano para mí, tiene espíritu de productor y al Chango le fascinaban esas cosas porque no estaba solo en la película. A él le encantaba fusionar y funcionar en equipo.”
–¿Y Jacinto Piedra?, él se ha transformado, sobre todo a partir de su muerte, en una referencia muy fuerte para las nuevas generaciones del folklore.
L. G.: –Su manera de cantar era increíble, sí, y eso fue lo que más me pegó de él. Tenía canciones tremendas, y me dio la oportunidad de vivir y descubrir el folklore desde otro lado. Llevaba las melodías a lugares inesperados.
R. I.: –El Indio Piedra generaba dos situaciones contrapuestas: lo podías amar, tanto como sacarlo a patadas en el orto, y correrlo varias cuadras (risas). Pero yo lo amaba porque era íntegro, era así, y además tenía una voz impresionante que generó, no quiero decir imitadores porque es bastante feo, pero sí parecidos. Igual, él fue como la Negra Sosa en masculino. La frescura y la fragancia de ese color absolutamente salvaje y puro, no la volví a escuchar jamás. Y así con sus canciones, que no venían emparentadas con lo que se escuchaba en Santiago del Estero. Se había despegado de eso, porque tenía en cuenta al rock como referencia, y por eso hubo una empatía tan particular con el Chango, y conmigo, claro. Yo, en lo personal, tuve más empatía con él que con Peteco. Compartíamos muchas horas y tiene que ver con eso de que él se ponía un pantalón rojo y yo salía de amarillo (risas).
–Un rocker del folklore...
R. I.: –Y un tipo entrañable, cuyas composiciones se despegaban de lo que había hasta entonces. Tenía otro vuelo. Esa cosa visceral era muy movilizadora. Yo hago una versión en flauta de “Te voy a contar un sueño”, y no la puedo terminar si no estoy oyendo esa letra, conmovido. Además, tenía una manera de rasguear la guitarra que no existía, y con el bombo lo mismo. Vivía todo con mucha intensidad, y eso genera choques, ¿no?.
L. G.: –En un principio fue muy resistido, pero hoy recorro festivales y veo miles de grupos tocando con esa sonoridad. Fue un faro como el Chango, sin dudas.
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