Instrucciones para entrar en la Feria del Libro Infantil, un día de semana cualquiera. El lema circense es un buen gancho para empezar. “Pasen y lean”, dice el cartel, y apenas aparecen los libros dan ganas de abalanzarse sobre ellos, tocarlos, revisarlos, admirarlos. Se nota en los ojos de los adultos y de los chicos, que brillan como si estuvieran acercándose a un tesoro. Pero hay que tener en cuenta algunas advertencias preliminares, además de armarse de mucha paciencia si lleva hijos, sobrinos o un chico que le “prestaron” un ratito para entretenerlo. Primero: hay que aguantar el griterío y el ruido. Segundo: no se asuste de esos fantasmitas blancos que corren como si fuera la última tarde de la humanidad de acá para allá. La cuestión es saber esquivarlos y no chocarse con ellos. La variedad de opciones –talleres y espectáculos teatrales o musicales, plaza con magos y malabaristas– puede abrumar, y más de una madre consultada por Página/12 confiesa que tiene que volver una o dos veces porque no llega recorrerla con una sola visita.

Por cinco pesos, el stand de Albatros tiene libros sobre monos, juguetes infantiles, magia y juegos para fiesta. Y, como de costumbre, Librería de las Luces ofrece libros y revistas por 1 peso. Omar Lobos, de Colihue, destaca la cantidad de gente que fue a la Feria el fin de semana. “Como estamos desde el comienzo, somos un stand muy visitado por los habitués que buscan la diversidad de nuestro catálogo.” Colihue ofrece los clásicos de Grimm, Andersen y Perrault en un combo de 3 libros por 13 pesos. A Silvina Ramos le encanta llevar a su hijo Matías, de siete, a la Feria. “Los precios están un poco más caros en comparación con el año pasado”, le dice a Página/12. “Quiero un libro para dibujar que me mostró papá –agrega Matías–. ¡Ah, y uno de Disney!”

Al contrario de lo que ocurre en la Feria “grande”, como le dicen los expositores a la de adultos, en la Feria Infantil hay más público durante la semana por los chicos de las escuelas. “Agrúpense”, pide desesperada Ana María Guerra, maestra de la escuela Almafuerte de Boedo. Los chicos se le desbandaron cuando vieron el grabador de este diario. “Me gusta la Feria”, dice Ariana. Mauricio sacude la cabeza y aclara que no es la primera vez que vienen todos juntos. “El se llama Tomás”, señala a un compañero que perdió del guardapolvo la cartulina amarilla con su nombre. Guerra vuelve a ordenar la “tropa” y lanza una sutil amenaza: “Vamos, chicos, que se nos va el micro”. Claudia Cúneo, del stand de Sudamericana (ambientado y tematizado con los personajes de Vacaciones de dinosaurio, de Mónica Weiss), señala que muchos docentes van a buscar las colecciones de la editorial, como Plan Flauta, Cuenta América y Los Caminadores. “Ahora le estamos dando mucho impulso a una nueva colección que sacamos el año pasado, Puerco Espín, para primeros lectores”, dice y muestra un libro, La vida secreta de las pulgas, de Alberto Pez e ilustraciones de Roberto Cubillas, que cuesta 15 pesos.

Mariela Rossney, docente de la escuela 20 de Burzaco, dice que la Feria está “bárbara”, como siempre. “Me gusta la diversidad que hay y la posibilidad de democratizar la adquisición de materiales para las escuelas”, subraya Rossney. Y cuenta que consiguieron una donación y decidieron invertirla en libros. “Para los nenes del primer ciclo compramos clásicos con el criterio de 15 ejemplares cada título para que cada dos niños haya un libro, se puedan sentar juntos y leerlos, ver las imágenes, cómo es la hoja y el olor que tiene.” En cuanto a la literatura argentina, Rossney confiesa que es fanática de Graciela Cabal. “Te puedo decir dónde nació y dónde vivió, cómo se llama su marido y hasta sus nietos”, bromea la docente de Burzaco. “Estoy comprando todo lo que encuentro de ella.” Cecilia, su sobrina de 9 años, la escucha con atención y dice: “Me compré El hipo (de Cabal)”. Su tía sonríe y augura: “Va a ser una buena lectora”.