MUSICA › BALDUR BRöNNIMANN DIRIGIRá POR PRIMERA VEZ LA OBRA
Fue el director, en Viena, de una de las obras clave de la últimas décadas, An Index of Metals, de Fausto Romitelli, el genial compositor muerto en 2004 a los 40 años. Ha trabajado en estrecha colaboración con John Adams, Kaija Saariaho, Harrison Birtwistle y Thomas Adés, entre otros. Y, en Buenos Aires, el suizo Baldur Brönnimann fue el director musical de la puesta de El gran macabro, de György Ligeti, presentada en el Colón y, en ese mismo teatro, fue el responsable, entre otras cosas, del estreno de Hagith, de Karol Szymanowski, y de Prometeo, de Nono.
Esta vez es quien tiene a su cargo la dirección musical de una ópera como La vendedora de fósforos, donde no hay otra narración –ni otro drama– que el del propio sonido. “Esta obra tiene un orgánico muy complejo”, explica. “Una orquesta gigante, que incluye una sección de 11 percusionistas, 8 cornos, 4 trombones, 4 trompetas, 2 tubas, madera por 4, arpas, teclados y una sección de cuerda completa más un octeto de cuerda solo. Y, además, guitarras, shô, 6 DJs, 2 pianos, un coro de 32 voces y dos cantantes solistas. Parte de la orquesta y los cantantes están ubicados al otro lado de la sala, en los palcos.”
Brönnimann cuenta a Página/12 que se preparó la obra “en varias fases”. “La complejidad del lenguaje de Helmut (Lachenmann) tiene que ver con su invención y notación de técnicas extendidas, ruidos ambientales, soplos, aires, ruidos blancos con o sin contenido de alturas. Para él, la música es algo muy elemental, los instrumentos sirven para mucho más que sólo tocar notas. Para la orquesta era un lenguaje muy nuevo, pero ayudó mucho tener a Lachenmann en Buenos Aires. El demostraba y explicaba muy claramente sus ideas. Es un lenguaje nuevo, pero a la vez muy corporal y físico, porque incorpora muchos más sonidos aparte de los tradicionales. Es un tipo de hipervirtuosismo, en cierta manera. Para los músicos es un viaje bastante aventurero, pero que igual está en la tradición del Colón, que siempre ha traído nuevas obras y tendencias a la Argentina.”
El director relata que poco a poco pudieron “ir más allá de la técnica y empezar a hacer música con la obra, que es lo esencial”. “Los músicos, después de asimilar el lenguaje, empezaron a imaginarse los sonidos y acercarse a lo esencial del mundo sonoro de Lachenmann. Al final, su música es como Verdi o Beethoven, en el sentido de que hay entrar a su obra y buscar su sonido y sus gestos particulares. Es la primera vez que dirijo esta obra y no tengo duda de que es una de las composiciones más significativas de los últimos años. Hay muchos compositores después de la Segunda Guerra que han reimaginado el género de ópera, pero La vendedora... va más allá.”
Según Brönnimann, esta ópera “transforma en música el texto, el frío (físico y social), los ruidos, los gestos, el aliento, todo. Es un mundo sonoro muy particular en que todo es al mismo tiempo extraño y muy conocido, por la cercanía de la experiencia física de los sonidos cotidianos. Está claro que esta obra, para Helmut, toca un tema muy personal y atemporal: la exclusión social, la rebeldía, la soledad. Pero igual es una obra muy serena. No acusa, no grita, no manipula emociones. La temática se traslada a un nivel más alto, a un universo sonoro de otro mundo. Es la gran obra de uno de los compositores más importantes de nuestro tiempo y va a resonar mucho tiempo en el Colón”.
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