El narrador, en la caminata con su padre, habla de su militancia como telefónico. ¿Es un recurso de la ficción o parte de la realidad?

–Yo fui telefónico. Tengo un pacto de silencio con los telefónicos que un día voy a romper para contar las historias hermosas que vivimos. Además fui delegado gremial, la experiencia más rica de mi vida. Yo siempre me había movido dentro de los grupos de izquierda de la facultad, pero esto era un sindicato y la mayoría eran peronistas, de un peronismo bastante progresista. Un sindicato de una tradición muy combativa. Todavía no me decido a hacer la gran novela de los telefónicos (risas).

–Sí, el gran tema fundamental de estos años es la militancia. Quizá puedo aportar el relato de esas militancias mucho más micropolíticas, experiencias más minoritarias. Mi experiencia era intervenir en lugares de muy escasa visibilidad y muy metidos para adentro. En Redacciones perdidas creo que el personaje decía algo así como no importa dónde se militaba, lo importante era hacer algo. En realidad, uno llega a un lugar de militancia por circunstancias o destinos. No llega porque le ponen todos los programas delante y una noche los estudia y decide en qué lugar va a militar. Se llega a militar adonde te lleva la vida. Hoy es lógico que el grueso de los chicos milite en La Cámpora, porque la vida los está llevando para ese lado. Me interesa rescatar toda esa vitalidad de la militancia, aunque es un mundo muy complejo. Tengo esa fricción con la cuestión de la militancia. La militancia ligada a la juventud es un tema tan eterno como irresoluble, algo que te revuelve todo y que en un punto si vos te cuestionás va a ser frustrante, porque la militancia y la realización individual siempre confrontan.