Lunes, 7 de agosto de 2006 | Hoy
MUSICA › OPINION
Por Diego Fischerman
Las traducciones suelen hablar de los “gritadores” de las islas de Carolina del Norte y de cómo la población afroamericana de las islas llegó a considerar a Gershwin el mejor de los “gritadores” posibles. En realidad, el género del shouting poco tenía que ver con los gritos e incluso hay alguna filmación que muestra al bueno de George en una ronda, zapateando y golpeando sus manos mientras el canto pasa de un oficiante al coro que le contesta. La respuesta al malentendido la da el musicólogo Alan Lommax, que grabó a esos mismos pobladores de las islas varios años después, y que asegura algo bastante más lógico: que el término es una traslación al inglés de una palabra árabe, sout, que quiere decir plegaria. Es decir que lo que los negros le reconocían a Gershwin era su cualidad de oficiante, en un rito que se acompañaba con pies y manos desde que los blancos habían prohibido a los esclavos el uso de instrumentos para acompañar sus plegarias. Cuando compuso Porgy & Bess, Gershwin aseguró al New York Times que no incorporaba cantos de los negros. “Estudié su música, aprendí a hacerla y ahora puedo componer mis propios cantos de negros”, aseguró. Así como en el origen del jazz no hay músicas africanas sino géneros afroamericanos absolutamente constituidos y, en algunos casos, con más de un siglo de tradición en el sur norteamericano, en la música de Gershwin hay muy poco del jazz de la época. Su Rhapsody in Blue, escrita originalmente para la orquesta de Paul Whiteman, se parece muy poco al jazz de 1924. Más bien, el jazz posterior, el que creció cuando los negros entraron en el mercado del trabajo blanco, con las orquestas de Broadway, las grandes bandas bailables y la música para cine, fue el que aprendió de Gershwin, de su Rachmaninov pasado por blues y de sus canciones à la Schumann pensadas sobre escalas pentatónicas. No fue el jazz el que influyó a Gershwin sino Gershwin el que influyó, definitivamente, al jazz.
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