“(...) Una cosa era que las autoridades diesen con un cadáver putrefacto y otra muy distinta que encontrasen un cadáver vestido de vikingo, o con armadura de conquistador, o con un Colt del siglo XIX en la cintura. Aun cuando las heridas llamasen la atención (mordidas descomunales, hachazos propinados por hojas irregulares, puntas de flecha talladas en piedra), nunca darían lugar a una denuncia formal. La Prefectura tampoco tenía presupuesto para permitirse la curiosidad. Y, por fortuna, muchos de sus hombres carecían no sólo de disposición y de tiempo para conjeturas sino, también, de imaginación. Existía, claro, la posibilidad de que alguno de los ‘turistas’ hubiese alcanzado la ciudad para perderse en la masa. El Viejo carecía de prueba que sostuviese esta presunción, por lo demás lógica, o cuando menos probable. Pero nunca había dejado de sospechar que Borges mismo podía ser uno de esos hombres.”