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Sábado, 13 de diciembre de 2014

CULTURA

Textual

“... Si uno quiere ‘tararear’ una canción, no necesita saber ‘escribir’ música, ni saber leer lo que está escrito en un pentagrama. Uno disfruta de poder cantar o escuchar una canción sin necesidad de saber música. ¿Se imagina lo que sentiríamos como sociedad si se privara de la música a todos los que no pueden componerla o leerla? Bueno, eso es lo que pasa con la matemática. En los momentos iniciales de nuestras vidas, nos pasamos muchísimo tiempo tratando de aprender técnicas que poco tienen que ver con la belleza que encierra. Y casi nunca llegamos a apreciarla.

O si quiere, exagerando, piénselo así: uno aprende primero a hablar y después a escribir. Un niño empieza a hablar al año, más o menos, pero recién escribe y se comunica de esa forma a partir de los cuatro o cinco (o incluso más). ¿Se imagina a un niño sin poder hablar hasta no saber escribir?

¿Por qué no hacer lo mismo con la matemática? Más allá de las operaciones aritméticas elementales, el desafío no es ‘bajar línea’, sino tratar de liberar la creatividad y la imaginación que cada niño posee. Lo que no tiene perdón es ‘matar la creatividad’.

Los niños van al colegio o a la escuela con una película virgen sobre la cual vamos a ayudarlos a que escriban su vida. No cumplimos con la tarea de adultos responsables si no los dejamos disfrutar de encontrar su propio camino. El placer del recorrido, no el supuesto placer de la llegada...”

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