LITERATURA › OPINIóN
› Por José Angel Leyva *
Como muchas otras veces, Juan me llamó, según sus palabras, para diezmar las carnes que acaban con el pasto. Nos vimos ante unos buenos cortes y apuramos vinos, argentinos, por supuesto. Me preguntó de pronto “¿sabés dónde puedo publicar un librito de poemas con pinturas, un librito, sí, de poesía, pero de arte a la vez, no un libro lujoso, pero de buen gusto?”. No entendí le pregunta o no quise entender la propuesta, y le dije que si alguien tenía claridad sobre dónde publicarlo era justamente él, que tenía las puertas abiertas de cualquier editorial mexicana, argentina o española. Enseguida me preguntó mi opinión sobre la pintura de Arturo Rivera. El ya sabía mi respuesta, es un pintor extraordinario, con una estética inquietante, perturbadora. “Como ciertos poemas tuyos”, le dije a Juan. Me miró con esos ojos que regalaba a los amigos y una sonrisita cómplice que dibujaba a la vez un acertijo: aprobaba o se burlaba. Para mí... estaba claro.
Un par de veces Juan volvió con el tema del librito medio de arte y de su título: Amaramara. Me contó que había hablado sobre el proyecto con Arturo Rivera. El fotógrafo Pascual Borzelli, una especie de sombra de poetas y artistas, me dio testimonio del plan, pues él también había sido enterado de éste. Una de las veces que nos dimos cita para “abatir a las dadoras de leche y sus cornudos compañeros” (estoy citando a Gelman), salimos del restaurante acalorados por el tinto y me invitó a ver los dibujos que Rivera le había entregado para Amaramara. “¿Qué opinás, te gustan?” “¿Y a ti, Juan, te gustan?”, respondí con habilidad. Juan me miró con esos ojos y una sonrisita cómplice. Para mí... estaba claro. “Tiene que perder el miedo, no se trata de ilustrar sino de un diálogo”, me dijo.
Antes de viajar a la Argentina para presentar Hoy, Gelman ya no me preguntó si podía sugerirle una editorial para Amaramara, sólo me dijo perentorio “¿Lo vas a hacer... o no?”. Sonreí con esa sonrisita cómplice y nerviosa y respondí “espero hacerlo bien”. Supe entonces que iba por última vez a su Buenos Aires amado; había decidido terminar sus días al lado de Sor Juana, la genio de Nepantla. Un amor platónico, por cierto, que se consagró con las cenizas de Juan esparcidas en las faldas, literalmente, de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl. Juan y Juana en la memoria. Juan dejó el libro revisado, con sus correcciones de puño y letra. Estuvo de acuerdo con el diseño, el formato y mi prólogo, y cambió la contraportada por una imagen conmovedora en la que él y Mara parecen danzar en una atmósfera otoñal, luminosa, aérea. Una y otra vez contemplo esa fotografía y me persuado de que sintetiza la gestualidad del poema que la acompaña: “Baile”.
La poesía de Gelman es, en esencia, una poesía amorosa. No en el sentido convencional, edulcorado del término, sino en el sentido de la pasión, de la piedad, de la capacidad de conmoverse ante el otro, los otros. En Juan no hay un yo sin los otros, sin el nosotros. Este libro también es un diálogo con sus seres queridos, con el individuo, con el ser humano. Mara, su mujer, su compañera, su familia, su México y su Argentina, su pasado, pero sobre todo su vida madura, es aquí la memoria, el hallazgo y la resolución, el día a día del ajuste de cuentas, de la ira, del Atrasalante en su porfía, de la justicia y el vacío. Pasión sin concesiones; mirada de amante dolido por la vida, por la cercanía de la muerte, por los que se quedan donde inicia el olvido. Es amor pleno de cólera y devoción a la vez, de lucidez y ceguera, de dolor y entrega. Amor que celebra y se despide a la vez. A un año de su ausencia, vemos la verdadera dimensión de su obra, una de las más ricas y complejas, monumentales de la lengua española.
* Poeta y ensayista mexicano.
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