Miércoles, 25 de febrero de 2015 | Hoy
MUSICA
Siempre será noble recordar a un artista que se ha ido, especialmente si lo ha hecho prematuramente. Celebrar su obra, recorrer un poco los sucesos fundamentales que nos ha dejado. Sus grabaciones. Desgraciadamente y más que nada con nuestro rock argentino, ocurre algo bastante ingrato: por un lado, cuando un músico se va, comienza el negocio de la necrológica del rock. Se empieza a oír su música en lugares impensables. En espacios que jamás se permitieron divulgar su arte. Se escuchan por TV declaraciones “sensibles” de personajes a los que nunca les interesó la obra del que se ha marchado. Por supuesto que esto no opaca las manifestaciones sinceras, los recuerdos emotivos de gente incondicional. Pappo ha sido uno de estos casos. Un músico súper popular por sus características personales, además de su impactante estilo tocando la guitarra. Si atendemos un poco su carrera notaremos que, exceptuando un pequeño resurgimiento en los últimos tiempos, apoyado por su amigo Jorge Rodríguez –fanático confeso del Carpo–, jamás sonaban sus discos por la radio. Se cumplen diez años de su partida, y una tarea justa y positiva será la de proteger la música que dejó: su discografía, los registros en vivo, todo el archivo posible de su paso por esta tierra, y no debería ser esto sólo una tarea de los coleccionistas. Y, claro, buenos son los recuerdos que guardo de nuestra adolescencia cuando hicimos los discos Beat Nro. 1 y Rock de la Mujer Perdida con Los Gatos.
Creo que la ausencia de Pappo dejó al rock pesado tan huérfano como la de Luis Alberto Spinetta en cuanto a letristas y compositores. Ambos fueron eximios representantes de la guitarra eléctrica desde el nacimiento del género. Pappo inició el arraigo del rock barrial y la irreverencia como forma de expresión, paradójicamente respetuosa de todos los ámbitos sociales. Esa firmeza desde el vamos en mostrarse tal cual era tenía que ver con el encanto de enfrentarse a los que no se muestran. Tenía mucho de jugador, de probar hasta dónde se tensaba la cuerda. Creo que en estos artistas la ausencia física no podría nunca ser más grande que su obra y creo que al rock le queda ese gran reto: no podemos aferrarnos a los recordatorios. Son la justificación perfecta para no atreverse al camino propio. Pappo y muchos de los que partieron se atrevieron a escucharse, a mirar un poco más lejos en medio de la dificultad de la rareza, y hoy los recordamos por eso. Ahí está el aprendizaje.
Conocí a Pappo en la segunda Cueva. Yo había ido con la intención de tocar y llevaba un bajo Fender. Pappo se me acercó, me dio la mano y me dijo: “Soy Pappo, mucho gusto. ¿Me prestás el bajo?”. Y fue un poco mortificante porque en realidad fue para dárselo a Alejandro Medina y tocar con él. Tiempo después vino la propuesta de integrar Pappo’s Blues. Se tocaba mucho en esa época (1972). La pasábamos muy bien, nos divertíamos y ganábamos dinero. Por suerte no conocí al Pappo violento que se vio después, muy por el contrario. Una vez me mandó desde Nueva York un álbum cuádruple de Chicago (que a mí me gustaba mucho y él detestaba) cuando ni siquiera estábamos tocando juntos. Su muerte prematura todavía me duele. Extraño su vozarrón, sus ocurrencias graciosas, verlo soldando con autógena un viejo auto mío, y la pasión en común por los autos de carrera. Sin duda fue un gran músico. No lo digo yo, lo dijo B. B. King cuando lo invitó a tocar con él en el Madison Square Garden. No creo que haya muchos músicos que hayan recibido semejante distinción. Soy un orgulloso ex Pappo’s Blues: mis pensamientos en algún momento del día o de la noche están con él. Y así será por siempre.
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