Mar 06.09.2005
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Textual

- “Así fue llevando en una palangana a quien fuera su amante, trozo a trozo, hasta la cocina. Buscó las ollas más grandes y puso a hervir algunos cortes; en unas fuentes para horno puso a asar otros. No se olvidó de condimentar todo: era probable que la carne tuviera un gusto diferente, y había que evitar que alguien sospechara. Con la carne hervida hizo un guiso y empanadas árabes. Con la carne asada, un salpicón que llenó de mayonesa y huevo duro” (Emilia Basil, la cocinera).
- “Adentro del ascensor estaba la pelada, con un cuchillo de cocina en la mano. Las puñaladas fueron más de sesenta. La rubia no pudo impedir ni una: la pelada tenía una fuerza extraordinaria... La pelada se sacó la ropa ensangrentada y la dejó en el lavadero para lavarla más tarde. Enjuagó el tramontina y lo dejó en su lugar. Fue a su cama, donde su marido dormía, y se acostó con él. El esfuerzo del crimen la había agotado” (Clara, la fantasiosa).
- “Marta Bogado fue declarada inimputable y terminó en uno de los pabellones del Moyano, donde inició un tratamiento de recuperación. Ella sostuvo que el suyo fue un crimen altruista. Sus hijos tenían que dejar de sufrir, por eso ella los había matado. A medida que su cuadro fue mejorando, empezó a tomar conciencia de lo que había hecho. Después de siete años, los médicos le dieron el alta. Cuando salió del Moyano, entendía lo que había pasado. Dos días más tarde se pegó un tiro” (Marta Bogado, madre).
- “Martín sintió la quemadura. El dolor era inhumano. Atinó a prender la luz y escuchó a Ana: Te lo merecés, hijo de puta...Te lo merecés. ¡Por basura te lo merecés! El trató de ver pero era imposible. El líquido le había entrado en los ojos, y en la boca, y en las manos, y en casi todo el cuerpo. Supo que era ácido: sabía que era corrosivo, y que la corrosión se va incrementando segundo a segundo. Ana no podía dejar de mirarlo, con heridas y llagas indescriptibles, y sintió arcadas. No atinaba a decir ni a hacer nada. Solamente lo miraba, y se tapaba la boca con la mano izquierda, como para no descomponerse, o para no gritar (Ana D., mujer corrosiva).
Fragmentos de Mujeres asesinas.

Nota madre

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