CINE › EL ZORRO A CARGO DEL GALLINERO
› Por Luciano Monteagudo
A partir de este documental de Enrique Piñeyro va a ser difícil volver a subirse a un avión en Argentina –ya sea en Aeroparque, Ezeiza o cualquier aeródromo del interior– sin tener la incómoda sensación de que uno está poniendo la vida en juego, como si no valiera nada. El actor y director que en Whisky Romeo Zulu utilizó los instrumentos de la ficción para dar su propia declaración testimonial acerca de la nefasta cadena de negligencias y complicidades que inexorablemente llevaron a la catástrofe de LAPA vuelve a la carga, pero ahora con un documental plagado de denuncias que va a ser muy difícil ignorar, ya no solamente en el terreno de la opinión pública, sino también a nivel judicial.
Según afirma en la película el propio Piñeyro, “las fallas latentes que provocaron los accidentes de Austral y LAPA están intactas: de hecho, la Fuerza Aérea sigue estando a cargo del control de la aviación civil”. Esta militarización absoluta del espacio aéreo argentino, que se remonta a la época de la dictadura de Juan Carlos Onganía, allá por 1966, es la responsable del desastroso estado de situación de la seguridad aérea en el país. “Se va seguir muriendo gente en los aviones, en modo inútil, cruel y evitable en tanto y en cuanto la Fuerza Aérea siga teniendo el control de la aviación civil, porque no tiene absolutamente ningún profesionalismo ni formación ni competencia”, afirma Piñeyro en el film. “Y lo peor de todo es que encima son corruptos.”
Esa corrupción Piñeyro la encuentra en todas y cada una de las relaciones que la Fuerza Aérea establece con las compañías de aeronavegación argentinas y con los aeropuertos que tiene bajo su control. “No se puede estar a ambos lados del mostrador, no se puede poner al zorro a cuidar el gallinero”, insiste Piñeyro cuando revela que la Fuerza Aérea es juez y parte, que tiene el deber de vigilar a las mismas empresas de las que participa, de muy distintas maneras. Y que así se garantiza su propia impunidad.
Con documentos oficiales y registros técnicos de vuelo en mano (“Un problemita para la Oficina Anticorrupción”), Piñeyro demuestra que ha habido repetidamente alteración y tergiversación de pruebas, falsedad ideológica de documento público e incluso amenazas reiteradas provenientes de teléfonos del propio Edificio Cóndor, o cartas anónimas timbradas en el correo de la calle Comodoro Py, a metros de la sede de la Fuerza Aérea Argentina.
Desde el accidente de Austral en Fray Bentos en octubre de 1997, la película no sólo repasa varios casos famosos (como la tragedia de LAPA, las valijas llenas de cocaína de Southern Winds y los sobreprecios del avión presidencial), sino que además se introduce en la torre de control de Ezeiza y descubre allí toda una serie de anomalías e irregularidades que hacen de cualquier vuelo una invitación al peligro: se plantan los radares (de por sí anacrónicos), funcionan sólo cinco de las once pantallas, los controladores inventan los planes de vuelo y enfrentan una emergencia sin tener la mínima formación profesional como para resolverla. Eso sin contar que –el año pasado, sin ir más lejos– un avión de pasajeros de Air France estuvo a punto de estrellarse porque le asignaron una pista auxiliar que no estaba operativa y que una nave de Lufthansa Cargo se salvó por 30 segundos de ser embestida por un cohete de prueba de la Fuerza Aérea.
Aunque estrenado en salas, Fuerza Aérea Sociedad Anónima debe ser considerado un programa de televisión antes que un documental cinematográfico. Concebido a la manera de un one man show, Piñeyro multiplica su imagen (en monitores, proyecciones en estudio, material de archivo de la TV) y se queda siempre con la última palabra. El espectador no encuentra en su audiovisual ninguna otra voz autorizada, salvo la del conductor. La cámara oculta, tan trajinada en la televisión y que Piñeyro aquí utiliza reiteradamente, es un recurso que el documental cinematográfico ha abolido hace tiempo, por los cuestionamientos éticos que implica. Estas consideraciones, sin embargo, no impiden comprender que se trata de un nuevo grito de advertencia de quien ya en su momento denunció que un accidente era inevitable (cuando renunció a su cargo de comandante civil en LAPA tres meses antes de la tragedia) y que ahora vuelve a elevar su voz para seguir llamando la atención sobre el hecho de que a treinta años del último golpe militar la Fuerza Aérea aún retiene a la aviación civil bajo su control, con todas las consecuencias que ello implica.
Argentina, 2006.
Producción, dirección y guión: Enrique Piñeyro.
Producción ejecutiva: Verónica Cura.
Fotografía: Ramiro Civita y Marcelo Lavintman.
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