CINE
En El camino de San Diego no solamente hay escenas habladas en guaraní, sino que también aparecen la lengua portuguesa, las religiones brasileñas y distintos elementos místicos del noreste argentino. Tati, el protagonista, interpreta como una señal el hecho de haber encontrado una raíz de timbó que, según él, tiene la forma de Maradona gritando un gol. Cuando la televisión informa que el ex futbolista está en terapia intensiva, el muchacho consulta a una vecina médium para saber si debe ir a la capital a entregarle la “escultura” de madera al astro. Luego del OK que llega desde el otro mundo, Tati sale para Buenos Aires, pero antes de llegar pasa por el santuario del Gauchito Gil y comienza una sucesión de experiencias que lo introducen en un clima de cruzada personal. En un momento, Tati le pide a un pintor que dibuje a Maradona, el Che Guevara y el Gauchito Gil juntos: la versión argentina de la Santísima Trinidad.
–¿Qué interés tenía usted en trabajar la relación entre los mitos y las clases populares?
–Mucho. De hecho, había empezado este guión alrededor de Evita. Después vi lo que generaba el problema de salud que tuvo Diego y decidí cambiar. Pienso que los mitos crecen cuando las carencias se acentúan. Vengo siguiendo desde hace mucho el culto del Gauchito, y le aseguro que a partir de la mitad del menemismo la fe en él se expandió como nunca. Todos los seis de enero van a Mercedes unas trescientas mil personas. Es un encuentro que mezcla religión con festichola... vio cómo son los correntinos. Ningún político tiene esa convocatoria. Mire quién viene a hablar de esto, un tipo muy apegado a la tierra y a los objetos. En mis películas hay tortas, perros, troncos, cosas cotidianas. Pero toda esa movida me parece fascinante.
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