Jueves, 14 de septiembre de 2006 | Hoy
PLASTICA
¿Tiene algún método?
–Soy muy intuitiva, no pienso en alargar una nariz. Pinto con total entrega. ¿Afeamiento? No lo creo, no sé qué decir. En el caso de los retratos creo que no. Fíjese en Begonia, es bellísima.
–¿Cómo se explica la recurrencia del desnudo y la escena sexual?
–Estos dibujos eróticos los hice a los 22 y los 23. Cualquiera está pensando en eso. ¿Sexo desligado del amor? Tampoco tengo un recuerdo perfecto de lo que pensaba en ese momento; tal vez mi registro de memoria sea mi propia obra. El retrato es una de las cosas que más me gusta hacer. Por ahí era más bestia. Más zafada con el color, con todo. Yo era bastante bestia, y eso lo reivindico.
–Muchas de las criaturas que se ven en JP fueron víctimas de la represión y, después, del sida...
–Sí, claro. Acá a la gente la agarraban y la masacraban. Y allá teníamos tanta culpa. ¿Cómo ibas a tomar distancia si no sabías si los tuyos estaban vivos o muertos, o si los estaban torturando?
–¿La muerte fue una constante en su primera década como artista?
–Pero rodeada de vivos también... No quiero que la gente vea la muestra especulando con que si estará vivo o estará muerto... Acá la vuelta de la democracia también fue muy divertida. Era una cosa muy creativa. En la plástica no había un gran cambio y, en cambio, en el teatro sí. Era un montón de gente con ganas de hacer cosas... Me interesaban los títeres, las máscaras, los muñecos.
–¿Cómo ingresa el teatro en su obra?
–Acá hay muchos retratos de actores... Esta (señala a Krisha lee a Anaïs Nin) era la mujer de Miguel Abuelo. Trabajaba en la calle, yo la ayudaba.
–Y al lado está el carnicero, como para que no se arme el canon...
–...
–Y más acá el travesti...
–Ella (señala el retrato de Paca, la tomate) cantaba, se disfrazaba de la Pantoja. Y bailaba, excepcionalmente cristalina.
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