LITERATURA › OPINION
› Por Mario Goloboff *
De Antonio Di Benedetto nos queda la imagen de un hombre digno y altamente ético, que no abandonó sus principios ni en las peores circunstancias y que vivió para la literatura, a la que intentó trasladar su inquietud por la condición humana. Queda también una vasta obra, diversa, novedosa, escrita con rigor clásico, una de las más sobrias y originales de la literatura contemporánea, cuyo centro es la soledad del hombre en medio del mundo. Y, de toda su calificada producción, queda asimismo una novela mayor, Zama, que cuenta entre las más importantes escritas en América latina, en la cual se destaca un universo narrativo muy propio, donde la limpieza y el afinamiento lingüísticos llevan el ciclo de la corrosión existencial hasta sus límites.
Se trata de un texto apretado, homogéneo, complejo, de enorme tensión, en el que Don Diego de Zama, funcionario colonial español de origen americano en Asunción del Paraguay, expone, en un insistente monólogo interior, su vida, sus obsesiones, su degradación personal y política, la de sus normas y valores, al tiempo que acompaña (y exhibe) la declinación del Imperio.
Pero Diego de Zama no solamente habla sobre sí; habla, igualmente, para sí: “Esos temas quedaban sólo para mí, excluidos de la conversación con el gobernador y con todos, por mi escasa o nula facilidad para hacer amigos íntimos con quienes explayarme”. La salida del soliloquio, la salida social, se deposita en la escritura, en esa actividad separada por una franja delgada del habla, y en la cual, sí, habría modos de comunicarse con los otros. Es la literatura la que, por caminos distintos que los del discurso, accede a la sociedad, a la historia. En diálogo con Günter Lorenz, Di Benedetto afirmaba: “Escribo porque me gobierna una voluntad intensa de construcción por medio de la palabra. (...) Pero guardo conciencia de que estoy usando, como instrumento, un lenguaje, y no me refiero al idioma español, sino a la palabra escrita que es vía de comunicación con todos los seres humanos”.
Amigo y admirado maestro de Juan José Saer, su obra fue reconocida por Augusto Roa Bastos y por Alain Robbe-Grillet, quien la recibió como una precursora del “Nouveau roman”, tuvo rápida difusión en Europa, y gozó tempranamente de enorme prestigio. En 1978 recibió en Roma el Premio Italo-latinoamericano por Zama: “...un texto difícil de encasillar en una escuela o un filón precisos. Es una novela histórica de tipo particular. (...) Se trata de una escritura refinada y, casi, destilada”.
* Escritor.
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