Viernes, 13 de octubre de 2006 | Hoy
LITERATURA
Cuando comencé a escribir, hace treinta años, los escritores turcos estaban muy motivados políticamente, eran todos marxistas o socialistas o como quiera decirles. Nabokov los habría llamado “comentaristas sociales”. Mis modelos, en cambio, eran Nabokov, o Proust, o Faulkner, que eran más sofisticados. Y los otros novelistas turcos me menospreciaban, me consideraban un burgués: el chico que escribe sobre temas de ricos, temas que no son políticos, y me hacían la vida imposible. En parte tenían razón y en parte no. De cualquier forma, escribí Nieve deliberadamente como novela política, e incluso hace cinco años, cuando la estaba escribiendo, les dije a todos mis amigos y también a mi editor que no intentaría otra novela similar. ¿Por qué? Porque he visto a los mejores talentos de otras generaciones de escritores turcos destruirse y destruir su trabajo por el afán de servir a su país por medio de la política. Yo no quería que eso me ocurriera. Nieve es una novela política, por supuesto, pero no es su intención hacer propaganda. Al final, es una novela sobre cómo ser feliz en la vida. Escribí esa novela y después, por una cosa y otra, me encontré en una situación difícil, y eso me ha impuesto una personalidad política que ahora, infortunadamente, debo defender, porque quiero defender mi dignidad también. No quiero ser considerado un comentarista político y social; todo mi esfuerzo de componer una buena página, un buen párrafo, una buena frase, no tiene que ver con la política, sino con la dicha radical de encontrar la eterna belleza de una buena frase.
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