CINE › OPINION
› Por Lita Stantic *
Cuando leí por primera vez el guión de Paz Encina sentí, emocionada, que a través de un relato universal –una pareja de campesinos esperando que el hijo vuelva de la guerra– me sumergía en lo más profundo de la dramática historia de los últimos dos siglos de Paraguay, y en uno de los más bellos alegatos contra la guerra. Como nunca, entendí de qué hablaba el escritor de ese país hermano, Augusto Roa Bastos, cuando escribió: “El infortunio se enamoró de Paraguay”. Producir la película fue conocer a una directora muy firme en sus convicciones. Su propuesta fue filmar Hamaca paraguaya en largos planos fijos. La película iba a tener muy pocas tomas y éste era un desafío. Estábamos produciendo un film arriesgado en su propuesta estética, de un hondo contenido humano, que lo hacía muy accesible, por su poética y contenidos, a los sectores más sensibles del público. Hamaca... no es una película que deja afuera al espectador; lo maravilloso es que conmueve profundamente sin utilizar efectos, con un lenguaje elaborado que, sin embargo, se trasmuta en una enorme sencillez, y con una autenticidad de rasgos que convierte un modo de hablar, un paisaje, una escenografía, en pura poesía cinematográfica. Para nosotros, es un honor y una gran alegría el hecho de coproducir con Paraguay, participando de algún modo del nacimiento del cine paraguayo; más aún, de un renacimiento del cine. Por algo, el tema musical de Oscar Cardozo Ocampo que, interpretado por Berta Rojas, aparece en la película se llama “Renacer”: la existencia de Hamaca... es un verdadero “renacer”; lo opuesto al cine estridente, hecho en serie, y sin contenido, de las majors americanas.
*Productora de La ciénaga y La niña santa, de Lucrecia Martel, y ahora de Hamaca paraguaya.
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