–¿Ayuda la existencia de espacios como Telefé Cortos?

C. M.: –Tendrían que pagar; Telefé no te paga nada. Te quiere tentar diciendo que estás en Telefé. Eso me lleva más a decirles que no. No puede ser que no tengan nada para pagar. Les pagan a los actores porque el sindicato no los deja hacer nada si no les pagan.

D. Y.: –A mí me compraron un documental en el canal Volver. Pero no pagan lo mismo que una película extranjera. ¿Por qué? ¿Porque soy argentino, porque soy estudiante? ¿Por qué a la National Geographic le pagan más?

C. M.: –Se está llenando espacio; no se sostiene ni un segundo.

G. L.: –El corto me dio la posibilidad de aprender, desde el día que puse Rec en mi primera historia breve. Pero no sé si lo extraño. Mi sensación es que el corto es mucho más inmediato y tiene la desventaja de estar hecho sin un canal de distribución claro. Uno sabe que un largo va a ir a una sala, o lo espera. Con un corto, uno nunca sabe dónde va a ir a parar.

D. Y.: –La salida del corto es el festival.

–¿Hubo estéticas comunes en los estrenos argentinos del año?

C. M.: –No he ido mucho al cine. Tengo un hijo de un año y medio, y me cuesta. Pero tengo la sensación de que no hay líneas comunes. Escuché que muchos críticos observaron algunos rasgos genéricos en las segundas películas de este año. Lo que tiene de complicado es la expectativa, la de uno y la de los demás. En la primera era: dale, vamos, quiero contar esta historia.

G. L.: –Se afianzan cosas que tienen que ver con el oficio. No sólo en lo técnico, sino también en el oficio de narrar. Quizás se perdió cierto riesgo; lo vi en varias películas. Es como si hubiera habido una maduración con todo lo bueno y lo malo que eso trae. Hay menos riesgo incluso en películas que parecen arriesgadas. Lo técnico es un terreno que ya se ganó hace un tiempo largo. Ahora estoy hablando de lo narrativo. Y hay una tendencia a configurar un nuevo tipo de cine industrial, en un lugar medio-medio, que no es ni cine arte ni comercial.