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Miércoles, 21 de febrero de 2007

RONNIE ARIAS SE PONE SERIO, PERO NO TANTO

“Ya estoy harto de la Loca, hay que crecer un poco”

 Por Julián Gorodischer

La noche del encuentro con Ronnie no queda nada del hombrecito renuente a concretar esta entrevista: se lo ve dispuesto a mejorar su actitud para la foto, vestido y bajo la ducha, ofreciendo poses y cambios de ropa hasta agotar stock (lo cual no es poco, considerando el tamaño de su closet). Su casa es divina (diría Susana, con quien se forjó como productor) y queda en plena Avenida de Mayo; Ronnie Arias se imagina en 2010 como un espectador privilegiado de los desfiles para el Bicentenario. Pero igualmente está a punto de mudarse, “porque si no te mudás, después de diez años en pareja, no cogés” (claro y conciso). Además de ser el movilero que institucionalizó a la Loca en la pantalla de TV, del chispeante que no reconoce zonas francas para seguir zumbando, del tábano que corroe el aparato estelar en cada alfombra roja (también en España, donde se estrenó en 2006 como conductor de Nos pierde la fama), Ronnie Arias es un cazador de tendencias que consume vorazmente una decena de revistas internacionales y 150 blogs por día para estar a la moda, aunque no parece esforzarse demasiado en encajar: su signo es naturalmente lo nuevo.

Si el aguijón más peligroso de Sebastián Wainraich (ver aparte) aparece en el segmento Kitsch (dentro de Duro de domar) como la recreación paródica de un original defectuoso, el de Ronnie asoma en el sobrevuelo de su presa, cuando no hace falta impostar ingenuidad, como un cazador de pasos en falso que señala lo que no suena natural/natural, es decir (si de farándula y política electoral se trata) todo. Allí donde las monosilábicas y los reídores contestan a entrevistas al paso con fórmulas fijas y máscaras iguales, él confrontó (desde Kaos hasta Nos pierde la fama) con una artillería sexual que ruboriza o entierra. Zumbó en España, en el Canal 4, y a los madrileños les encantó, tanto que le ofrecieron conducir las mañanas, pero rechazó la propuesta para venir a hacer La liga (en 2007, junto a María Julia Oliván y Oski Guzmán). “Vieron y compraron –resume su estadía española–. ¿Qué iba a hacer? ¿Otra cosa? Primero tenía que hacer lo que ellos no habían visto.” Lo disfrutaron en el asedio a Penélope Cruz (“un chongo”, dice), a la que trató como “uno más del grupo”, escuchando decir al agente de prensa que “nada de preguntas sobre su vida privada, ni Tom Cruise, ni Mathew McConaughey”. “Bien –dijo Ronnie Arias–, nada de preguntas de vida privada. Sólo cosas privadas de ella.” Lejos del cachetazo o el plantón, ligó la confidencia de cómo se depilaban juntas con Salma Hayek, y consiguió además el beso en la boca de Miguel Bosé; se enorgullece de la confesión de B.B. King contándole sobre sus ingestas periódicas de Viagra; y se llevó como souvenir el canto a dúo de “Mi Buenos Aires querido” al ladito de Plácido Domingo. ¿Quién da más?

Se jacta de su facilidad de adaptación, como cuando condujo un teletón brasileño en horario central sin hablar en portugués, o cuando circuló como uno más en el velatorio de Rocío Durcal, codeado con Almodóvar. “Allá –describe– es mucho más chico todo, aunque sean más grandes las estrellas. Y nadie habla si no tiene una publicidad detrás, nadie si no le pagan. Los eventos siempre están auspiciados por alguien, y conseguir que alguien vaya al piso es imposible. Rial es un showman, un bombón, al lado de lo que se hace allá: se destroza a la gente en cámara. La televisión está dirigida a mujeres de más de 45 y amas de casa.” Pero: “¡Basta!”, decreta Ronnie Arias, sobre su personaje más famoso. “¡Ya estoy harto! Hay que crecer un poco. La Loca es de un momento de ruptura, en Kaos, y la tele ya no quiere eso. A los argentinos nos dura muy poco el amor. Además, esa loca que hacía tampoco soy yo: no puedo estar todo el tiempo subido arriba de los tacos. Era un personaje de choque, en un momento en que era necesario. Pero es agotador.” El Ronnie serio viene de cruzar los Andes para demostrar la privatización del territorio en zona de frontera y durmió sobre las rocas en un iglú, o interrogó a chicos de la calle sobre su abandono, más en la línea de los clásicos de Juan Castro que de las notas radiales de Fernando Peña, aunque haya armado duplas infalibles con los dos.

–Pero yo soy más chusma, no soy periodista –admite–. Si voy a ver a una pareja de gordos, quiero saber quién va arriba y quién va abajo. Con los chicos abandonados no, porque son niños. Pero ¿tenés novia? siempre se puede preguntar. Ante un chico al que abandonaron no te podés poner máscara. Sos vos, o sos un mentiroso. Todo el tiempo retomo cosas de Juan, pero soy un poco más matrona, más Mirtha, que quiere saberlo todo. Juan quería saber por qué les dolía a él y a los demás.

Y la gente cuenta. Orgulloso de su talento como confesor que garantiza carne, aunque se sepa el destino de chisme que tomará esa información. Esa es su paradoja. Por lo general, el buen oidor garantiza reserva y discreción. Ronnie –se sabe– expande, diversifica, amplía. Si se lo resumiera en un objeto (por función y por volumen) sería el altoparlante que usó Ellen De Genneres (en un capítulo de su sitcom Ellen) para salir del closet. “Viste, nena –dice que le dicen–, y se aflojan. El chisme es mi alimento. Y la gente me cuenta, no me preguntes por qué. Es la TV la que me pide eso. El éxito de la TV es que la gente desnude su alma. La gente está harta de verse reflejada; quiere verse a sí misma. ¿Acaso Cuestión de peso no es puro chisme? Hay algo más cruel que esa mujer subiéndose a la balanza, pero a la vez, ¿hay algo más real, más verdadero, que pararte sobre una balanza? Como dicen los norteamericanos: In your face.”

Tal vez la revolución de Ronnie Arias ocurra en los avisos, allí donde como cara y voz de Nokia, Adidas, Sprite (entre otras) le cambió la orientación sexual al marketing y burló a los productores que le auguraban una carrera como pobre porque ninguna marca lo patrocinaría. Cuando reclamó un salario a la par del de Dolores Barreiro en el programa Conecta2, de Canal 13, le explicaron las reglas de la venta: patrones sexuales tradicionales y buenas piernas. Ahora lo recuerda a carcajadas: el dogma no se cumplió. ¿Y qué es de la vida de Dolores Barreiro? “La ruptura la hizo Juan a favor; Fernando la hizo en contra, y yo me hice querer. Al ser aceptado por el público, al llegar a una confianza tan grande con el cliente, las marcas vinieron solas. Pero no podría vender cerveza Quilmes. Quilmes es los amigos. Tal vez la verdadera revolución esté en llegar al aviso de cerveza Quilmes.” Sólo por costumbre, casi como un ritual o una cábala, las últimas palabras se las dedica al mentor que forjó a los protagonistas de esta producción... “Peña –resume Ronnie Arias– es el más grande artista que hay en la Argentina, pero tiene incontinencia verbal. Después de Fernando viene Julio Chávez; intenté escribirle el programa Isla flotante (Canal 7), pero no confía en nadie. Me dijo que no hacía televisión sino cine francés. Le respondí: Yo hago televisión, y no hablamos más. Te lo juro por Dios: Van Gogh, si no hubiese estado loco, habría pintado mejor.”

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“Todo el tiempo retomo cosas de Juan, pero soy un poco más matrona, más Mirtha”, dice Ronnie.
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