CUATRO HUMORISTAS DE “OI, OI, HOY”
Los secretos del humor muy judío
Reunidos para hablar de humor judío, se ensañan con sus madres, haciendo honor al cliché. “Y de última –se pregunta el actor Peto Menahem–, qué más cliché que la historia de chico busca chica... ¡Y hay tantas buenas de ese tipo!” Max Goldenberg, Dalia Gutmann, Martín Rocco y el propio Menahem comparten cartel con Sebastián Wainraich en los monólogos judíos de la obra Oi, oi, hoy, algunos incluso sin ser actores, pero todos unidos por algunas pasiones narrativas: la madre, la culpa, la soltería, el dinero, la puja entre rusos y turcos pero, ante todo, cierta inclinación a autodenigrarse. Es que en el escarnio a uno mismo –observa Peto Menahem– hay “una pequeña revolución”: la que da la catarsis. En Oi, oi, hoy (en The Cavern, en el Paseo La Plaza) monologan los jueves a las 20 bajo las reglas del género stand up que, aquí, se impuso definitivamente después del boom de Cómico. Pero en la trastienda, antes del show, desentrañan, en grupo, las claves del humor judaico. ¿Qué constantes aparecen?
Dalia Gutmann: –En mi monólogo hablo de hombres, de vacaciones, de la dificultad de encontrar un marido: en el relato soy una solterona que está llegando a los 30 y no encuentra una persona para ser feliz.
Max Goldenberg: –El mío es la expresión de la culpa constante: mi vieja aparece en todos lados y es un cliché eterno: siempre me obligaba a llevar al colegio dos abrigos, por las dudas.
Peto Menahem: –En todo caso no hay humor judío si uno no se ríe de uno mismo: es ponerse en el centro de la tormenta. No sé si hay que salirse de los clichés, pero sí hay que estar liberado de cualquier preconcepto.
–¿No hay humor judío sin queja o padecimiento?
P. M.: –No hay nada más inspirador que el padecimiento: cualquier cosa se puede convertir en humor.
Martín Rocco: –Mi mujer es judía por partida triple: mitad turca, mitad rusa y psicoanalista. Como es turca, grita todo el día; como es rusa, se cree la más grande, y cada vez que la toco me dice: “Dejamos por hoy” (risas).
P. M.: –Yo tuve una etapa tremenda en la que se combinaban calentura y fobia. He salido con una chica, estaba todo bien en un momento, hasta que se rió para abajo y empecé a transpirar convencido de que me tenía que ir... ¡inmediatamente!
M. G.: –El buen chico judío es un perdedor: es un mito eso de que le va bien en los negocios.
–¿Cuánto de la historia personal aparece en los monólogos?
D. G.: –Yo era la típica judía a la que no le gustaba ser diferente, no me regalaban para Reyes. Inventaba una biografía de mentira... Terminaban preguntándome: “Vos sos judía... no parecés”. Vivía en una burbuja de la que quería salir.
M. R.: –A mí me gusta contarme en términos muy fuertes, como diciendo que “mi madre fue la mina más difícil que tuve... un año chupándole la teta y no me la pude coger”.
D. G.: –Me gusta reírme de esa gente a la que le falta sal en la vida. Fui a Hebraica, fui a Amos, estoy empalagada de judaísmo. Para hacer humor pienso en todas las minas que conocí en Tapuz o en la peluquería de Villa Crespo.
–¿Qué aporta la crueldad dirigida a uno mismo?
D. G.: –Es cagarse de risa de eso que por años te hizo sufrir tanto. Me sirve empezar a hablar de mi quilombo familiar, de los gritos y tomar todo eso para hacer un monólogo. ¡Qué locos estaban todos! Si te lo escribe otro, nunca lo vas a poder expresar igual.
P. M.: –Ese humor puede provocar una pequeña revolución muy interesante. Si te gasto y me cago de risa de vos, soy un cómplice de las peores cosas de este mundo. Pero si doy un paso al costado y me río de lo que padezco, me ayuda a llevarlo mejor. Cualquier cosa que digas va a tener los límites de tu sensibilidad: hay que tirar y tirar.
M. R. (demostrando la teoría): –Cuando me separé de mi mujer, hacía seis meses que no le veía la cara a Dios. Salgo con una mina, y la primera noche que estuvimos en la cama le esguincé la pelvis. Es trágico, pero cómico a la vez.
–¿Hay que faltarle el respeto a la tradición?
D. G.: –Me gusta pasar el límite de lo terrible.
P. M.: –Pero igualmente hay susceptibilidades que no se pueden manejar. Yo salía con una chica católicay le dije a la familia: “Ustedes le rezan a un judío en pelotas”, y no les cayó nada bien. Lo que no soporto es la ostentación: esas veces en que –durante el Bar mitzvá– el nene entra en un Rolls-Royce de miniatura junto a Valeria Mazza y Julio Bocca sólo porque pudieron pagarlo. ¡No da!