¿Son espectadores de sitcoms?

A. G.: –Yo era muy fanática del Superagente 86, y luego de Seinfeld. Cada una en su época fueron claves. No me interesan en lo más mínimo las actuales.

R. S.: –En mi infancia no tuve televisor; no entendía qué era una serie. No tuve el lenguaje televisivo, y es tarde para aprenderlo. Lo gracioso es que mi papá era técnico en televisión; de vez en cuando traía alguna y veíamos lo que había sin ningún criterio. Siempre sentí que mirar TV era una pérdida de tiempo enorme y que yo no tenía ese tiempo para perder. Mi cultura visual es más cinematográfica. De grande, tengo mucha confusión al respecto: es evidente que la cabeza del espectador de teatro está educada por el criterio televisivo.

–¿Eso incide sobre su modo de encarar el teatro (actualmente dirige la obra Acassuso)?

R. S.: –Miro TV para tratar de entender aspectos del ritmo narrativo televisivo, porque el ojo que mira compara con aquello que la televisión le sirve. El ojo humano lo ha aprendido porque la TV le enseña gratis. El criterio de paro una escena por la mitad y empiezo a actuar otra está totalmente naturalizado, y no me parece que esté mal. Se aprende muchísimo sobre los alcances y los límites de lo narrable. Es una tecnología con la que hay que discutir, así fuera para renunciar a ellas. A veces yo voy al teatro y no siento que esté en sintonía con nada de lo que estoy viendo: me parece anacrónico. Pero también la TV descubrió que hoy vende jabón en polvo sin producir ficción. El nuevo cine argentino también está derivando a convocar siempre a los mismos actores.

–¿Cómo se enmarca, en ese panorama, su trabajo en el marco del proyecto 200 años, telefilms que produce Canal 7 con dirección compartida?

R. S.: –En la TV pública pasa otra cosa: yo estoy dirigiendo un unitario en Canal 7 con el director de cine Javier Olivera. Alguien evaluó que, en el teatro, está ocurriendo una renovación de lenguaje, una sustracción a los mecanismos de producción de dinero: que está pasando algo.