Desde el comienzo de las relaciones Rusia y Argentina se ven como socios posibles, pese a la lejanía inconmensurable, en ese tiempo. Los rusos se ven como protectores de la Argentina frente a los norteamericanos, que son el mundo nuevo que avanza. Luego, la Unión Soviética juega un papel clave en las grandes crisis económicas. Fue lo que ocurrió en el ’30, cuando se hace el pacto Roca-Runciman, que no era la única opción: los soviéticos habían ofrecido un contrato fenomenal para comprar toda la producción agrícolo-ganadera a cambio de petróleo; eso provocó aquí una discusión y luego vino el golpe de Estado, que no es consecuencia pero está dentro de ese momento crucial de la crisis. El mismo Perón acudió a la URSS en momentos críticos, sobre todo en su último gobierno: los convenios que firmó Gelbard hubieran sido una herramienta fenomenal en la construcción de la infraestructura para una reindustrialización, sector que había sido sacudido por Onganía. Cuando Perón murió, el proyecto Gelbard abortó, por razones ideológicas. Esa posibilidad latente de intercambio persiste hoy: la Argentina tiene problemas energéticos muy fuertes y Rusia puede ser un proveedor importantísimo en el desarrollo de las grandes usinas hidroeléctricas, como la del Paraná medio, que sigue pendiente. Desde lo ideológico nunca hubo demasiada afinidad; el momento culminante de contacto pudo haber sido el camporismo, en el ’73. Pero había más cercanía con Chile y Cuba que con los soviéticos, con quienes había más necesidad objetiva que simpatía.
* Fragmento de El oro de Moscú.
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