Viernes, 15 de junio de 2007 | Hoy
LITERATURA
Son las dos de la tarde y las diez de la nada.
Héctor Rojas Herazo
Como a todos los habitantes del país, cada mañana me abofetea el espejo. Pero una vez pongo mis pies en la calle no hacen caso de la afrenta: mi olvido es Rey y no admite vejaciones.
Voy al diario. Tropiezo con mis colegas que hablan de los muertos del día. Hoy fueron decenas los mancillados en la lista. Se sufre un rato pero todo se esfuma, porque mi olvido es Rey. Un cruzado del silencio.
No sé quién coronó al olvido como mi sereno monarca, mas lo veo caminar por rojas alfombras. Mi soberano el olvido nunca fue príncipe, ni conde, ni audaz caballero, pero hoy es el Rey. En cuanto a mí, sólo he ido al galope por un incierto reino –el cuerpo como fatum– a guerrear en batallas intestinas.
Mi olvido es Rey. Los días, una orgía de horas muertas que le rinden vasallaje.
A veces escucho que en un rincón del país se reanudan las masacres. Pero de acuerdo a una alta investidura asignada a mi estirpe –Majestades del vacío, Emperadores de la nada, Regentes del trono sombrío– todas las noches acudo al banquete del olvido.
Ahora mismo ignoro, como todos los nativos de país, el lugar donde me encuentro.
“Mi olvido es Rey”, en Las hipótesis de Nadie (Alforja Arte y Literatura).
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