TEATRO › CARLOS PERCIAVALLE
› Por Hilda Cabrera
Aquel “disparate” de hace veinticinco años echó raíces y hoy retorna para divertir y emocionar a un público devoto. Como entonces, sus protagonistas inician esta nueva presentación de El diario privado de Adán y Eva con “un chiste” que prefieren explicar. Lo cuentan Carlos Perciavalle y China Zorrilla, narradores de un diario que se desplegará mañana en El Nacional, de Corrientes 960, en cuya platea, ocupada por sillas y pequeñas mesas circulares que lucen veladores fijos, se recrea un ambiente de café-concert. Dispuesto a la entrevista, Perciavalle cuenta aquella hazaña: el debut en el Teatro Liceo, las presentaciones en Montevideo y las giras por todo Uruguay y Argentina. Funciones a teatro lleno en las que el actor y la actriz bromeaban sobre sí mismos: “Está inspirado en el primer acto de una obra que China vio en Nueva York a la que agregó textos y canciones que escribió junto a Federico García Vigil, uruguayo, como nosotros. Ella buscaba el Adán y la Eva ideal, pero un día la llamaron del teatro Espacios, de Bulnes al 1300. Se inauguraba una sala con artistas importantes, como Alfredo Alcón y María Rosa Gallo, y le pidieron una lectura. China se decidió. Después, en el Liceo, hicimos hasta cuatro funciones por día”.
Este regreso lo inquieta, situación que califica de positiva: “El día que no me ponga nervioso será porque debo retirarme. Trabajé en lugares inmensos y chicos, hasta en tugurios, y siempre le tuve miedo al debut”.
–¿Una característica de sus shows es tomarse en solfa?
–La base para hacer reír es que uno sepa reírse de sí mismo. El sentido del humor empieza por ahí. En este espectáculo es sutil, fino, y eso me gusta.
–¿Cuál fue su inicio musical con China?
–Hicimos Canciones para mirar, de María Elena Walsh. La llevamos por toda Argentina y el resto de Latinoamérica para un público adulto. En 1964 la presentamos en Nueva York. Entonces no había tantos portorriqueños ni cubanos como ahora. Debutamos en el auditorio de Naciones Unidas ante presidentes, embajadores.... Ese año se les daba un espacio a Uruguay y Argentina. La revista Life nos dedicó seis páginas. Fue un éxito. En ese mismo ejemplar había otras seis páginas dedicadas a Los Beatles, que estaban en la ciudad promocionando su primer film. Fui a la Sexta Avenida y compré la revista: todavía la conservo.
–¿Y regresaron?
–No. Estuvimos dos años en cartel, en un teatro del off Broadway.
–¿Actuada en inglés?
–Cuando alguien lo insinuó, el público dijo no. Preguntamos entonces si entendían, porque no todos sabían castellano, pero no les importaba. Decían que sonaba lindo. Dábamos una explicación al comienzo, y eso bastaba. Los grandes artistas como María Elena Walsh están más allá de los límites de un idioma. Además, gustaba mucho el sonido de algunos versos: la relación entre vaca y Humahuaca, y las referencias a la Pájara Pinta y la Mona Jacinta. Uno tampoco sabe cómo suceden estas cosas. Algunas no tienen explicación. Me invitaron de Japón para hacer un espectáculo con El monólogo de los pobres, porque causaban gracia los distintos tonos de voz. Cuando uno quiere comunicarse y otro está dispuesto a escuchar se produce el milagro. Tuve una experiencia parecida en Nueva York cuando vi Las tres hermanas, de Anton Chejov, por un elenco ruso. Creí entender todo. Me maravillé. También porque descubrí que en la butaca siguiente a la mía estaba sentado el actor Montgomery Clift.
–Algo más para no olvidar.
–Hace cincuenta años que estoy en esto; conocí y conozco a muchos artistas; algunos han estado en mi casa de la Laguna del Sauce, en Punta del Este.
–¿Una mansión?
–Es un rancho de ladrillos blancos con techo de quincho y un parque que da a una laguna enorme que en los días de viento parece un mar. Allí también hicimos El diario privado de Adán y Eva, y armé temporadas con Antonio Gasalla y otras con Andrea Tenuta, que ahora está en España, casada con el director de cine José Luis Garci, el primer español que recibió un Oscar.
–¿Qué opina del Adán de la obra?
–Es un poco la síntesis de todos los hombres que a diferencia de las mujeres obedecen más a la cabeza que al corazón. No quiero simplificar, pero ésta es una historia de amor, la primera, la más grande.
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