Sábado, 5 de enero de 2008 | Hoy
LITERATURA
“Fue Vivi Tellas quien me explicó por qué tantas jóvenes bonitas permanecían irremediablemente sentadas contra las paredes del salón, con esa expresión de tristeza que sólo algunas lograban disfrazar de indiferencia, viendo cómo los hombres invitaban a más de una mujer madura y pesada, sin atractivo visible.
–Seguro que bailan mal...
Aquella noche en el Salón Canning, mientras el DJ insistía con Fresedo y no pasaba ni un tema de Pugliese, don Samuel, ochenta años cumplidos, no perdonaba un solo tango. Con su traje marrón y el inamovible informe sombrero del mismo color, invitaba a cuanta rubia lo superase ampliamente en altura. En otra ocasión yo lo había invitado una copa y, sin aludir a su escasa estatura, le pregunté por esa predilección; creo que observé algo así como que no les tenía miedo a las escandinavas. Me respondió con la sonrisa generosa de quien transmite su experiencia de vida a la generación siguiente.
–Pibe, no hay nada como tener la cabeza empotrada entre un buen par de tetas.
Nunca lo vi en Niño Bien ni en Porteño y Bailarín. Se me ocurre que no se aventuraba fuera de Villa Crespo, aunque esta presunción puede ser el primer reflejo, reconozco, del proceso con que lo convertiré en un personaje de ficción. Por el momento, me falta la historia donde hacerlo actuar. ¿A quién más puedo elegir para hacer un personaje? ¿A la tía Nelly? La conocí en Niño Bien un jueves en que llegué hacia la una, con Martín Maisonave, y no había mesa disponible. Candela nos propuso compartir una mesa y allí vi por primera vez a esa señora cuidadosamente vestida y peinada, que nos recibió con una sonrisa cauta. Cuando Martín, al sentarse, pronunció un respetuoso permiso, señora ella corrigió inmediatamente: Nélida, por favor, pero aquí todos me conocen cono tía Nelly.”
* Fragmento de Milongas, de Edgardo Cozarinsky.
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