Sería una pésima presentación para Lance Hammer decir que perteneció a las “major companies” de Hollywood en películas como Hechizo de amor y fue asistente de arte de El hombre que nunca estuvo de los hermanos Coen, o que fue director de arte de Batman y Robin y Batman Forever entre otras megaproducciones estadounidenses de la Warner Bros. Porque Ballast, la independentísima ópera prima de Hammer –presente en estos días en la Selección Oficial Internacional del X Bafici– propone una mirada radicalmente diferente a la que se estila en el corazón del cine-pochoclo. “No pude soportarlo más”, se sincera el cineasta en conversación con Página/12. Como si se tratara de un Joseph Stiglitz del cine, un hombre que perteneció al “sistema” y decidió romper con él (haciendo primero un corto llamado Issaquena en 2002), Hammer propone en Ballast, una película austera, silenciosa, difícil e inquietante, ambientada en el delta de Mississippi, desde la mirada del preadolescente James y su madre Marlee.

El cine que propone Hammer en Ballast (programada en la competencia internacional del Bafici) tiene la intención de componer una relación extrema con los personajes de un lugar olvidado de los Estados Unidos, con una estética que bien podría asociarse al cine europeo. No por nada, la distribuidora mundial de la película –que le compró los derechos después de su participación en el festival de Sundance– es Celluloid Dreams y está ubicada en Francia. “En Estados Unidos la distribución sólo tiene intereses capitalistas. La industria del cine está dedicada a hacer plata, no a hacer películas”, dice Hammer. Al director le interesaba el uso del silencio como un modo de comunicación: “Tiene que ver con ese lugar en particular, el color del cielo, el de la luz, el sonido del lugar, que es el lugar del silencio. En ese silencio hay mucho sonido”, cuenta.

De cómo hacer para escuchar el silencio, es un tratado de filosofía que Hammer bien podría filmar. Los actores en realidad son non actors, gente del lugar (vieja costumbre del nuevo cine argentino, por cierto), lo cual es también una rareza para el cine norteamericano. “En algún sentido uno se olvida del lugar de donde es. Siendo de donde uno es, todo le parece familiar. Hubo tres meses de rodaje, y nunca les mostré el script a los actores. La producción fue 45 días, y la posproducción algo de un año y medio. Los no-actores tienen noción de quiénes son, tienen un background difícil de representar”, sostiene.

Hammer dice que éste es el cine que le gusta, donde se genera una especie de compromiso. “Cuando uno no tiene que hacer un esfuerzo por involucrarse en la historia, nuestra mente no está trabajando. Hay un balance delicado entre el esfuerzo que se propone y la capacidad de mantener al espectador en la sala. Pero el ser humano tiene una gran capacidad de resolver puzzles mentales con muy poca información. Con sólo ver a la gente caminar, uno puede entender quién es quién.”

Hammer nació en 1967 en Ventura, California. Y vive en el corazón de Hollywood desde hace unos cuantos años. Estudió en California y se graduó como arquitecto, rubro en el cual apenas si ejerció. Durante unos siete años fue director de arte, pero después de una de las superproducciones para Warner Bros decidió renunciar. “No soportaba más. No había historias. No había interés alguno en contar algún relato, sino en sacar el máximo provecho de las historias”, sintetiza. Apelando o bien a sus contactos, o bien a la buena recepción de su film en Sundance, Ballast será distribuida en los cines comerciales de Estados Unidos. ¿Pero cómo será digerido este film, en un mundo donde las películas se consumen como si fueran parte de un pedido de fast food? “Si alguien ve el film por accidente, creo que sería gracioso. El mercado de cine-arte es bastante chico y la gente que busca, sabe lo que va a ver. Pero si hay una audiencia masiva del público general sería lindo ver qué pasa.”

* Ballast se exhibe hoy por última vez a las 18.15 en el Atlas Santa Fe.