El fenómeno es muy claro: una gran cantidad de coreógrafos jóvenes y nobles empieza a emerger. Por un lado, porque la danza está teniendo mayor posibilidad de llegada a distintos públicos y ocupa espacios y horarios nuevos, sumamente interesantes para los coreógrafos. Por el otro, muchas de las obras han recibido subsidios de Prodanza, que siempre son un aliciente y un disparador para que los creadores se animen a buscar sala, programar un trabajo, estrenar. Además, el otoño es una época culturalmente importante para Buenos Aires, en todas las artes. Las hojas se caen, pero reverdecen los teatros. Hay días que empiezan a ser “de danza”: la sala El Cubo, por ejemplo, dedica el miércoles a la danza. Otros teatros del Abasto y Almagro ofrecen sus espacios, pequeños pero atractivos, a los coreógrafos: El Camarín de las Musas, El Portón de Sánchez o el Espacio Callejón poseen escenarios muy diferentes a los clásicos. La danza también toma horarios distintos: ya no sólo hay funciones los viernes a las 9. También las hay a las 11 o los sábados bien tarde. El público joven está acostumbrado a salir más tarde y eso les permite a las salas programar dos obras en una misma noche. El turismo también forma parte del público adepto a la danza, porque ésta no tiene la barrera de la palabra que tiene el teatro. El fenómeno que vemos hoy es producto de la lucha que los coreógrafos han emprendido hace años y también de la política de subsidios que tuvo lugar en 2007, ya que muchas de las obras son incubadas durante un año y nacen al siguiente. El año pasado, desde Prodanza dimos 43 subsidios. Este año decidí no continuar mi gestión en esa institución porque no vi propuestas claras ni rápidas para la cultura de Buenos Aires. Las políticas culturales deben tener continuidad para cosechar resultados como los que vemos hoy en el ámbito de la danza contemporánea.

* Coreógrafo. Programador del Area de Danza del Rojas.