FRAGMENTOS
El Sistema Solar
Por Carl Sagan
Imagine que la Tierra ha sido observada durante milenios por un cuidadoso y extremadamente paciente observador extraterrestre. Mientras tanto, la selección natural nombra, de entre un vasto número de posibles candidatos, a aquellas variedades de sistemas moleculares automultiplicables que son más convenientes en relación al último cambio en el medio ambiente.
Las plantas evolucionan y usan la luz visible para descomponer en hidrógeno y oxígeno el agua y el hidrógeno escapa al espacio cambiando la atmósfera de medianamente oxigenada a una que lo está en mucho mayor grado. Eventualmente, surgen organismos de complejidad moderada y de modesta inteligencia. Mientras sucede todo eso, nuestro observador imaginario está espantado con la desolación de la Tierra.
La luz del sol, la de las estrellas y los rayos cósmicos y ocasionalmente algunos escombros interplanetarios arriban a la superficie terrestre, pero en todos esos eones nada evita que pequeñas cantidades de hidrógeno y helio dejen el planeta.
Y luego, menos de 20 años atrás, el planeta repentinamente, como si fuera un diente de león, comenzó a producir semillas y a lanzar naves espaciales hacia el interior del sistema solar. Primero comenzaron a orbitar alrededor de la Tierra y después a la luna. Seis de las pequeñas cápsulas, más grandes que las demás, aterrizaron en nuestro satélite y después de una rápida exploración a su alrededor volvieron a toda velocidad a la Tierra, ampliando tentativamente una punta en océano cósmico. Cinco de las pequeñas naves espaciales entraron al hoyo infernal que es la atmósfera de Venus y tres de ellas sobrevivieron algo más de 10 minutos antes de ser destruidas por el calor.
Más de una docena de las naves fueron disparadas hacia Marte, una mandó información durante todo un año desde su órbita alrededor del planeta. Otros aprovecharon el columpio de Venus para encontrar a Mercurio, en una trayectoria que pasaría cerca del planeta muchas veces. Dos más recorrieron exitosamente el cinturón de asteroides, volaron cerca de Júpiter y fueron lanzados por la gravedad de este planeta hacia el espacio interestelar.
Es claro, podría reportar el observador, que algo interesante está pasando en el planeta Tierra. Hemos entrado, casi sin darnos cuenta, en una era de exploración y descubrimiento sin paralelo desde el Renacimiento, cuando en sólo 30 años el hombre europeo se movió a través del océano occidental para arrojar su ancla en el globo entero. Nuestro nuevo océano está más allá del globo: es el pequeño espacio ocupado en el disco por el sistema solar. Nuestros nuevos mundos son el sol, la luna y los planetas. En menos de 20 años de exploración espacial hemos aprendido más de estos mundos que en todos los siglos anteriores en los que se observaba desde la frontera terrestre. Estamos comenzando a reunir información y a formar una nueva fotografía del sistema solar.
Es práctico y, en cierta forma, humilde el comenzar por nuestro pequeño vecindario solar en su justa perspectiva cósmica. La Tierra es un pequeño trozo de roca y metal que pasea en un mar de luz solar a través del sistema. Otras pequeñas esferas de roca y metal (Mercurio, Venus y Marte) se mueven en una órbita mucho más cercana al sol. Estos planetas “interiores” y sus satélites no representan un “bulto” muy grande en el sistema solar si lo vemos como un todo. (...)
Nuestra galaxia es una de al menos un billón o quizá cientos de billones de galaxias. Nuestro sol en particular, y su compañía de planetas, noconstituyen más que un ejemplo de un fenómeno que seguramente se ha repetido innumerables veces en la vastedad del espacio y tiempo.
Si 4.6 mil millones de años de historia terrestre fueran comprimidos en un solo año, la agitación de la exploración espacial habría comenzado menos de una décima de segundo atrás. Los cambios fundamentales en la actitud y conocimiento responsables de la notable transformación desde que se extendieron las aplicaciones de simples lentes y espejos para propósitos astronómicos en el siglo XVII llenarían tan sólo unos pocos segundos, milenios antes de que los planetas hubieran sido reconocidos como diferentes de las estrellas fijas, las que parecían no moverse con respecto a otras. (...)
Casi ninguno de los antiguos creía que los planetas fueran, en algún sentido, mundos como la Tierra. Con el primer telescopio astronómico, Galileo todavía estaba asombrado y deleitado al ver a Venus creciente e iluminado por el sol y los cráteres y montañas de la luna. Johannes Kepler pensó que tales cráteres eran construcciones de seres inteligentes que habitaban la luna, pero Christian Huygens no estaba de acuerdo, argumentaba que la construcción de tan grandes depresiones requeriría sin duda un gran esfuerzo y pensó que podría encontrar explicaciones naturales a tales fenómenos. Huygens ejemplificó el matrimonio entre la creciente tecnología y las habilidades experimentales; demostrando mente razonable, escéptica y abierta a nuevas ideas. Fue el primero en sugerir que lo que vemos de Venus son la atmósfera y las nubes, el primero en entender algo de la verdadera naturaleza de los anillos de Saturno (los que habían sido vistos por Galileo como dos “oídos” envolviendo el planeta), el primero en dibujar una imagen reconocible marcando la superficie de Marte (Syrtis Major) y el segundo, después de Roberto Hooke, en dibujar la gran mancha roja de Júpiter. Las dos últimas observaciones todavía tienen un gran significado porque establecieron una continuidad en lo que se conocía sobre las facciones de las prominentes superficies planetarias, al menos, durante tres siglos.
Las lunas del sistema solar exterior son casi réplicas exactas de nuestro bastante aburrido satélite. Muchas de ellas tienen tan baja densidad que deben estar constituidas por grandes bloques de metano, amoníaco o agua congelados. ¿Cómo serían sus superficies vistas de cerca? ¿Cómo puede un cráter formarse en una superficie congelada? ¿Habrá volcanes de amoníaco sólido con lava de amoníaco líquido en sus laderas? ¿Por qué está Io, el más grande satélite interno de Júpiter, envuelto en una nube de sodio gaseoso? ¿Por qué un lado de Iapetus (luna de Saturno) es seis veces más brillante que el otro lado? ¿Es acaso debido a la diferencia del tamaño de sus partículas atmosféricas? ¿Una diferencia química? ¿Cómo se hicieron tales diferencias y por qué precisamente en Iapetus y no en cualquier otro en el sistema solar y en una forma tan simétrica?
La gravedad de Titán, la luna más grande de Saturno, es suficientemente baja y la temperatura de la atmósfera superior es suficientemente alta para que el hidrógeno en la atmósfera escape rápidamente hacia el espacio. La evidencia espectroscópica nos sugiere que todavía hay una sustancial cantidad de hidrógeno en Titán ¿por qué?
Más allá de Saturno, el sistema solar está todavía, casi literalmente, en
una nube de ignorancia. (...)
Las atmósferas ricas en hidrógeno como las de Júpiter, Saturno, Urano y Titán son significativamente similares respecto de la atmósfera de la Tierra en el momento del origen de la vida. De las simulaciones experimentales en el laboratorio sabemos que las moléculas orgánicas son sintetizadas en alto rendimiento bajo esas condiciones (en las atmósferas de Júpiter y Saturno tales moléculas pueden ser llevadas por convección a las profundidades donde pueden ser descompuestas por el calor, pero aún ahí el firme estado de concentración de moléculas orgánicas puede sersignificativo). En todas las simulaciones experimentales la aplicación de energía a tales atmósferas produce materiales polímeros que en muchos casos asemejan el colorido de la materia que componen las nubes de Júpiter y Saturno. Titán puede ser completamente cubierto con material orgánico. Es posible que los próximos años vean mayores e inesperados descubrimientos en la pequeña criatura que es ahora la exobiología.
Las naves espaciales científicas han sido lanzadas exitosamente a todos los planetas que conocieron los antiguos humanos. Si siquiera una pequeña fracción de las misiones que están programadas y las que han sido propuestas son implementadas, está claro que la edad de oro de la exploración planetaria continuará. (...)
Lo que necesitamos es descubrir otros sistemas solares, tal vez en varias fases de su evolución. Avances en el nacimiento de instrumentos espaciales dentro de las próximas dos décadas podrían hacer posible detectar docenas de sistemas planetarios alrededor de estrellas cercanas. Estudios visuales recientes de múltiples sistemas solares hechos por Helmut Abt y Saul Levy del Observatorio Nacional del Pico Kitt sugieren que cerca de un tercio de todas las estrellas tienen compañías planetarias. No sabemos si tales sistemas podrían ser como el nuestro o están construidos con principios muy diferentes. Richard Isaacman de la Universidad de Cornell y yo hemos calculado un rango de posibles sistemas planetarios basados en un modelo teórico originalmente ideado por Stephen H. Dole de la Corporación Rand. El tiempo en el que tengamos que observar información sobre varios tipos de sistemas planetarios no parece tan lejano.
Quizá tengamos la capacidad de hacer eco de Huygens: “Qué maravillosa y sorprendente estructura tenemos aquí de la magnífica vastedad del Universo, tantos soles, tantas tierras”. Nuestra edad quizá sea recordada principalmente por un hecho: fue el tiempo en el que los habitantes de la Tierra hicieron su primer contacto con el vasto cosmos en el cual su pequeño planeta existe.
Texto originalmente publicado por el astrónomo y divulgador científico estadounidense (1934-1996) en la revista Scientific American en septiembre de 1975. Ayer, la sonda espacial Huygens penetró en la atmósfera de Titán.