Sáb 16.04.2005
futuro

ROBOTICA: LOS EXOESQUELETOS VIENEN MARCHANDO

Hombres de acero

› Por Federico Kukso

Que una película de animación como Robots (Fox) se haya depositado cómodamente en las cumbres de la arbitraria lista de películas más vistas de la semana, sin por ello pasar a la posteridad como un punto de inflexión en la historia del cine, habla de dos curiosos procesos perceptivos por los que atraviesa la ajetreada ciencia de la robótica: por un lado, la tranquilidad de que la fascinación que causan los hombres de lata modernos está más viva que nunca (ferias japonesas como “Robodex” siguen haciendo chillar de alegría a los amantes de la tecnología con la presentación de modelos de autómatas cada vez menos torpes); y por el otro, la impresión de que son muchas las personas que creen que los robots o androides que se roban los roles protagónicos de películas y series (la dupla R2D2 y C3PO de Star Wars, el teniente Data de Star Trek, Robocop, Terminator, etc.) ya caminan entre nosotros o descansan muy bien guardados en laboratorios, secretos y ultrasofisticados, de agencias gubernamentales rusas, japonesas o estadounidenses.
Es lo que se llama el “peso de una percepción social”: cuando una creencia se expande, circula y se cristaliza con la ayuda de una pseudo realidad presentada (y construida) por una película, un libro, un programa de televisión. Está claro que la ciencia ficción no sólo dramatiza los sentimientos humanos respecto de la tecnología (sensaciones contradictorias de asombro e incertidumbre ante el futuro) sino que también sacude e infla los sueños de progreso y cambio continuo, corporizado desde hace décadas por autos voladores, individuos mecánicos y autónomos, máquinas inteligentes versátiles, fiables y funcionalmente perfectas.
Pero una vez que la película termina, o se apaga el televisor, aflora una realidad no tan fantástica. Es cierto, el panorama es prometedor: cada día, pequeños monstruos de Frankenstein o modernos Prometeos abandonan los laboratorios (japoneses, sobre todo) donde se gestaron e ingresan al mundo de la exhibición y admiración de lo nuevo, aunque sean espectros lejanos de lo que se cree que vendrá.
Mientras tanto abundan las máquinas serviles –sin conciencia ni gusto propio–, que cumplen al pie de la letra el requisito prostético de la herramienta: ser una extensión fiable del cuerpo humano. Las más asombrosas, sin duda, son aquellas que se acoplan para formar los vistosos “exoesqueletos”. Como ocurre con los insectos y crustáceos, estas adiciones anatómicas relucen por fuera. Darpa (la agencia de investigaciones del Pentágono que desarrolló la Internet) en el 2001, por ejemplo, comenzó un programa llamado “Human Performance Augmentation” de 50 millones de dólares para equipar a sus soldados con “exotrajes” y hacerlos más fuertes y más ágiles. Y la mayoría de los modelos utiliza un sistema hidráulico controlado por una computadora instalada a bordo.
Pueden adoptar formas de araña (ver foto) o de otros insectos, pero seguramente la mejor aplicación de estos aparatos se verá cuando abandonen las invasiones y los tiros, y lleguen a las personas discapacitadas para ayudarlas a caminar y subir cómodamente escaleras (como el exoesqueleto “HAL” –por Hybrid Assistive Limb– desarrollado por Yoshiyuki Sankai de la Universidad de Tsukuba en Japón: pesa 15 kilogramos y mediante impulsos y cambios en la superficie de la piel actúa, por medio de motores, duplicando las capacidades físicas de quien lo use).
También están los despampanantes como el “Landwalker” (de Sakakibara Kikai) de patas extraordinariamente grandes, que parece más un robot salido de la serie de dibujos Robotech, y la última creación de Toyota, el iUnit (mezcla de auto y silla de ruedas). En fin, armatostes mecánicos que diariamente pierden su estigma de monstruosidad para camuflarse como objetos cotidianos en una realidad cada vez más fantástica.

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