Sábado, 16 de julio de 2005 | Hoy
CRIPTOZOOLOGIA: LA PSEUDOCIENCIA QUE ESTUDIA LOS ANIMALES OCULTOS
Por Pablo Castagnari y Federico Kukso
Si existe una Sociedad de la tierra plana, si hay astrólogos y cazadores de platos voladores, si no faltan quienes se autoproclaman extraterrestres... ¿por qué no habría de haber quienes se dedican al estudio de animales inexistentes? Son los criptozoólogos, que “estudian” “animales ocultos”, y que, como sus colegas de otras ramas del ocultismo, pretenden que su “disciplina” sea reconocida científica a la par de la biología, la física y la matemática.
Tal como se la conoce actualmente, bien se podría decir que la criptozoología es a la zoología lo que la astrología a la astronomía, o la numerología ocultista a la aritmética. Para defenderse, muchos de los criptozoólogos actuales abren sus enciclopedias y citan un proverbio tibetano: “¿Cuál es el animal más astuto? Aquel que ningún hombre ha visto”. Cuando se les pregunta qué significa tanto enigma, responden sinuosamente que o bien no hay animales tan astutos como para haber eludido el ojo humano y formar parte ya de catálogos de zoología, o existe algo que el hombre se está perdiendo, algo que camina, repta, nada o vuela, inmenso o microscópico; algo de seguro escaso. No debe sorprender, tampoco, que el proverbio venga del Tíbet: allí, entre picos de montañas nevadas y ermitaños incomunicados, nació la casi mística figura del Yeti (también conocido como “hombre del Himalaya”), el más famoso, junto a Nessie (el monstruo del lago Ness) y últimamente el chupacabras, entre los bichos raros que se enlistan en el imaginario de los criptozoólogos. A años luz ha quedado el crédito argentino, Nahuelito, al que la prensa amarilla nunca deja descansar en paz. Desde ya, también el unicornio y el basilisco encajan en la categoría.
ORQUIDEAS EVOLUCIONADAS
Lo curioso es que los criptozoólogos sostienen que en el origen de sus devaneos (que ellos no consideran tales, desde ya) está el mismísimo Charles Darwin, quien dedicó un libro entero –Fertilización de las orquídeas, de 1862– a resolver un enigma que su espíritu sagaz no podía dejar pasar. Setenta años antes, el botánico francés Louis-Marie Aubert Aubert du Petit-Thouars había eludido la guillotina de la Revolución Francesa pero no el exilio: una década por el océano Indico con estaciones en Madagascar y las Islas Mauricio le alcanzarían para escribir Historia particular de las plantas orquídeas recogidas en las tres islas australes de Africa, en Francia, en Borbón y en Madagascar. La obra, no tan pretenciosa como se presume por su título, fue pionera en el estudio de las orquídeas africanas y en particular de una de sus variantes, la “Estrella de Navidad”, blanca, esbelta y con un espolón de 29 centímetros. Nadie pudo descifrar, por muchos años, cómo era que esa flor se reproducía.
Y entonces llegó Darwin, a proponer la solución al misterio: debía existir un insecto cuya trompa fuera tan larga como para polinizar esa flor. La euforia evolucionista iniciada con El origen de las especies no se privaría de anunciar esa predicción de la gran teoría. Pero nada ocurrió hasta 1903, cuando el barón inglés Lionel Rothschild y el entomólogo alemán Karl Jordan anunciaron que se había encontrado la “Esfinge de Morgan”, una notable mariposa con las características que Darwin anunciara. La cosa venía cantada como para que los criptozoólogos salieran a la luz: al fin y al cabo, había aparecido un bicho inexistente, y solamente predicho por la teoría. Pero el nombre no apareció hasta mediados del siglo XX, cuando el zoólogo belga Bernard Heuvelmans se especializó en el estudio de los “críptidos”, animales únicamente conocidos por ciertos indicios –fotografías, huellas, narraciones, etc.– y que, en consecuencia, no han sido catalogados aún por la zoología. En 1955, Heuvelmans publicó Tras la pista de los animales desconocidos, libro traducido a diez idiomas y que vendió más de un millón de ejemplares en todo el mundo. Y fue por más: en 1982 creó la Sociedad Internacional de Criptozoología, que presidió hasta su muerte, en 2001. Hoy este organismo (www.internationalsocietyofcryptozoology.org), con sede en Tucson, Arizona (Estados Unidos), cuenta con casi mil integrantes –de los cuales poco más de cien permanecen “activos” en expediciones e investigaciones de campo– y con un objetivo primordial: abogar por el reconocimiento del status científico de la disciplina, hasta el momento razonablemente desterrada por la zoología hacia las fronteras de lo esotérico y lo ficticio.
¿ADIOS AL MITO?
El archilegendario monstruo del Lago Ness (Nessie) es simplemente una alucinación producida por grupos de nutrias que deciden cada tanto darse un chapuzón en el inmenso lago y en ese clima siempre neblinoso que caracteriza a cualquier parte del Reino Unido; la superstición habría hecho el resto. Al menos así lo explican los zoólogos británicos, aunque la creencia por el momento puede más. De hecho, la organización del VisitScotland adventure –un triatlón a largarse el próximo 23 de julio– ha contratado seguros de vida para los más de cien osados atletas que darán dos vueltas a la Bahía de Urquhart, donde Nessie al parecer fue varias veces avistado.
Por supuesto, la lista de “victorias” que se atribuyen los criptozoólogos no termina en el lago. El “tiburón megachasma pelagios” (1976), el “celacanto de Indonesia” (1998) y el “mono mangabey de montaña” (2003), por citar sólo algunas de las especies que se hallaron gracias a relatos de nativos o a la mera casualidad, eran hasta el mes pasado sus últimas perlas, hasta que salió a la superficie el “delfín Snubfin” –una nueva especie encontrada en la zona costera del norte de Australia– y hoy concentra toda la atención. Por cierto, los procedimientos que se le realizaron son propiamente científicos: análisis de ADN, contrastación con los miembros de su especie más cercana (el delfín Irrawaddy) y catalogación de una nueva, la Orcaella heinsohni. No se hallaba nada similar desde hacía 30 años.
Evidentemente, se entiende por qué la criptozoología nació en el ardor de la época victoriana: un momento en el que los cimientos de la taxonomía estaban aún flojos y el gran cuadro de los animales, incompleto. Los años pasaron y lo que nació con el loable objetivo de conocer lo desconocido fue apropiado casi completamente por los fabricantes de mitos y leyendas.
La postura más optimista argumenta que todo parece reducirse a una cuestión de números. Si se descubriera un segundo ejemplar, ¿podría continuar hablándose de criptozoología o sería objeto de estudio de zoólogos hechos y derechos? Quizá el delgado límite entre una y otra disciplina no resista el menor análisis y se diluya allí donde acaba la imprevisión de lo particular, de lo desconocido; que sin embargo, insiste: dondequiera que un hombre no haya pisado (o buceado, o volado), quedará algún animal astuto por descubrir.
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